“La luz de la vida”
            
            
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              dignidad del hombre. La ley divina, a la cual somos inducidos a
            
            
              sujetarnos, es “la ley de libertad.
            
            
            
            
              Los fariseos se habían declarado a sí mismos hijos de Abrahán.
            
            
              Jesús les dijo que solamente haciendo las obras de Abrahán podían
            
            
              justificar esta pretensión. Los verdaderos hijos de Abrahán vivirían
            
            
              como él una vida de obediencia a Dios. No procurarían matar a
            
            
              Aquel que hablaba la verdad que le había sido dada por Dios. Al
            
            
              conspirar contra Cristo, los rabinos no estaban haciendo las obras de
            
            
              Abrahán. La simple descendencia de Abrahán no tenía ningún valor.
            
            
              Sin una relación espiritual con él, la cual se hubiera manifestado
            
            
              poseyendo el mismo espíritu y haciendo las mismas obras, ellos no
            
            
              eran sus hijos.
            
            
              Este principio se aplica con igual propiedad a una cuestión que
            
            
              ha agitado por mucho tiempo al mundo cristiano: la cuestión de la
            
            
              sucesión apostólica. La descendencia de Abrahán no se probaba por
            
            
              el nombre y el linaje, sino por la semejanza del carácter. La suce-
            
            
              sión apostólica tampoco descansa en la transmisión de la autoridad
            
            
              eclesiástica, sino en la relación espiritual. Una vida movida por el
            
            
              espíritu de los apóstoles, el creer y enseñar las verdades que ellos
            
            
              enseñaron: ésta es la verdadera evidencia de la sucesión apostóli-
            
            
              ca. Es lo que constituye a los hombres sucesores de los primeros
            
            
              maestros del Evangelio.
            
            
              Jesús negó que los judíos fueran hijos de Abrahán. Dijo: “Vo-
            
            
              sotros hacéis las obras de vuestro padre.” En mofa respondieron:
            
            
              “Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que
            
            
              es Dios.” Estas palabras, que aludían a las circunstancias del naci-
            
            
              miento de Cristo, estaban destinadas a ser una estocada contra Cristo
            
            
              en presencia de los que estaban comenzando a creer en él. Jesús no
            
            
              [433]
            
            
              prestó oído a esta ruin insinuación, sino que dijo: “Si vuestro padre
            
            
              fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y
            
            
              he venido.”
            
            
              Sus obras testificaban del parentesco de ellos con el que era
            
            
              mentiroso y asesino. “Vosotros de vuestro padre el diablo sois—dijo
            
            
              Jesús,—y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. El, homicida
            
            
              ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque
            
            
              no hay verdad en él.... Y porque yo digo verdad, no me creéis.”
            
            
              Porque Jesús hablaba la verdad y la decía con certidumbre, no fué
            
            
              recibido por los dirigentes judíos. Era la verdad lo que ofendía a