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El Deseado de Todas las Gentes
Entre sus oyentes, muchos eran atraídos a él con fe, y a éstos
les dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verda-
deramente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os
libertará.”
Estas palabras ofendieron a los fariseos. Pasando por alto la larga
sujeción de la nación a un yugo extranjero, exclamaron colérica-
mente: “Simiente de Abraham somos, y jamás servimos a nadie:
¿cómo dices tú: Seréis libres?” Jesús miró a esos hombres esclavos
de la malicia, cuyos pensamientos se concentraban en la venganza,
y contestó con tristeza: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel
que hace pecado, es siervo de pecado.” Ellos estaban en la peor clase
de servidumbre: regidos por el espíritu del maligno.
Todo aquel que rehusa entregarse a Dios está bajo el dominio de
otro poder. No es su propio dueño. Puede hablar de libertad, pero
está en la más abyecta esclavitud. No le es dado ver la belleza de la
verdad, porque su mente está bajo el dominio de Satanás. Mientras se
lisonjea de estar siguiendo los dictados de su propio juicio, obedece
la voluntad del príncipe de las tinieblas. Cristo vino a romper las
cadenas de la esclavitud del pecado para el alma. “Así que, si el
Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” “Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús—se nos dice—me ha librado de la
ley del pecado y de la muerte.
En la obra de la redención no hay compulsión. No se emplea
ninguna fuerza exterior. Bajo la influencia del Espíritu de Dios, el
hombre está libre para elegir a quien ha de servir. En el cambio que
se produce cuando el alma se entrega a Cristo, hay la más completa
sensación de libertad. La expulsión del pecado es obra del alma mis-
ma. Por cierto, no tenemos poder para librarnos a nosotros mismos
del dominio de Satanás; pero cuando deseamos ser libertados del
pecado, y en nuestra gran necesidad clamamos por un poder exterior
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y superior a nosotros, las facultades del alma quedan dotadas de
la fuerza divina del Espíritu Santo y obedecen los dictados de la
voluntad, en cumplimiento de la voluntad de Dios.
La única condición bajo la cual es posible la libertad del hombre,
es que éste llegue a ser uno con Cristo. “La verdad os libertará;” y
Cristo es la verdad. El pecado puede triunfar solamente debilitando
la mente y destruyendo la libertad del alma. La sujeción a Dios
significa la rehabilitación de uno mismo, de la verdadera gloria y