Página 435 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“La luz de la vida”
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Se creía generalmente entre los judíos que el pecado era casti-
gado en esta vida. Se consideraba que cada aflicción era castigo de
alguna falta cometida por el mismo que sufría o por sus padres. Es
verdad que todo sufrimiento es resultado de la transgresión de la ley
de Dios, pero esta verdad había sido falseada. Satanás, el autor del
pecado y de todos sus resultados, había inducido a los hombres a
considerar la enfermedad y la muerte como procedentes de Dios,
como un castigo arbitrariamente infligido por causa del pecado. Por
lo tanto, aquel a quien le sobrevenía una gran aflicción o calamidad
debía soportar la carga adicional de ser considerado un gran pecador.
Así estaba preparado el camino para que los judíos rechazaran
a Jesús. El que “llevó ... nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores,” iba a ser tenido por los judíos “por azotado, por herido de
Dios y abatido;” y de él escondieron “el rostro.
Dios había dado una lección destinada a prevenir esto. La historia
de Job había mostrado que el sufrimiento es infligido por Satanás,
pero que Dios predomina sobre él con fines de misericordia. Pero
Israel no entendía la lección. Al rechazar a Cristo, los judíos repetían
el mismo error por el cual Dios había reprobado a los amigos de Job.
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Los discípulos compartían la creencia de los judíos concerniente
a la relación del pecado y el sufrimiento. Al corregir Jesús el error,
no explicó la causa de la aflicción del hombre, sino que les dijo cuál
sería el resultado. Por causa de ello se manifestarían las obras de
Dios. “Entre tanto que estuviere en el mundo—dijo él,—luz soy del
mundo.” Entonces, habiendo untado los ojos del ciego, lo envió a
lavarse en el estanque de Siloé, y el hombre recibió la vista. Así Jesús
contestó la pregunta de los discípulos de una manera práctica, como
respondía él generalmente a las preguntas que se le dirigían nacidas
de la curiosidad. Los discípulos no estaban llamados a discutir la
cuestión de quién había pecado o no, sino a entender el poder y la
misericordia de Dios al dar vista al ciego. Era evidente que no había
virtud sanadora en el lodo, o en el estanque adonde el ciego fué
enviado a lavarse, sino que la virtud estaba en Cristo.
Los fariseos no podían menos que quedar atónitos por esta cu-
ración. Sin embargo, se llenaron más que nunca de odio; porque el
milagro había sido hecho en sábado.
Los vecinos del joven y los que le habían conocido ciego dijeron:
“¿No es éste el que se sentaba y mendigaba?” Le miraban con duda;