Página 436 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
pues sus ojos estaban abiertos, su semblante cambiado y alegre, y
parecía ser otro hombre. La pregunta pasaba de uno a otro. Algunos
decían: “Este es;” otros: “A él se parece.” Pero el que había recibido
la gran bendición decidió la cuestión diciendo: “Yo soy.” Entonces
les habló de Jesús y de la manera en que él había sido sanado, y ellos
le preguntaron: “¿Dónde está aquél? El dijo: No sé.”
Entonces le llevaron ante el concilio de los fariseos. Nuevamente
se le preguntó al hombre cómo había recibido la vista. “Y él les dijo:
Púsome lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. Entonces unos de los
fariseos decían: Este hombre no es de Dios, que no guarda el sábado.”
Los fariseos esperaban hacer aparecer a Jesús como pecador, y que
por lo tanto no era el Mesías. No sabían que el que había sanado
al ciego había hecho el sábado y conocía todas sus obligaciones.
Aparentaban tener admirable celo por la observancia del día de
reposo, pero en ese mismo día estaban planeando un homicidio.
Sin embargo, al enterarse de este milagro muchos quedaron muy
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impresionados y convencidos de que Aquel que había abierto los
ojos del ciego era más que un hombre común. En respuesta al cargo
de que Jesús era pecador porque no guardaba el sábado, dijeron:
“¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales?”
Los rabinos volvieron a dirigirse al ciego: “¿Tú, qué dices del que
te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta.” Los fariseos aseguraron
entonces que no había nacido ciego ni recibido la vista. Llamaron
a sus padres, y les preguntaron, diciendo: “¿Es éste vuestro hijo, el
que vosotros decís que nació ciego?”
Allí estaba el hombre mismo declarando que había sido ciego
y que se le había dado la vista; pero los fariseos preferían negar la
evidencia de sus propios sentidos antes que admitir que estaban en el
error. Tan poderoso es el prejuicio, tan torcida es la justicia farisaica.
A los fariseos les quedaba una esperanza, la de intimidar a los
padres del hombre. Con aparente sinceridad, preguntaron: “¿Cómo,
pues, ve ahora?” Los padres temieron comprometerse, porque se ha-
bía declarado que cualquiera que reconociese a Jesús como el Cristo,
fuese echado “de la sinagoga;” es decir, excluído de la sinagoga por
treinta días. Durante ese tiempo ningún hijo sería circuncidado o
ningún muerto sería lamentado en el hogar ofensor. La sentencia era
considerada como una gran calamidad; y si no mediaba arrepenti-
miento, era seguida por una pena mucho mayor. La obra realizada