Página 437 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“La luz de la vida”
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en favor de su hijo había convencido a los padres; sin embargo res-
pondieron: “Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego:
mas cómo vea ahora, no sabemos; o quién le haya abierto los ojos,
nosotros no lo sabemos; él tiene edad, preguntadle a él, él hablará
de sí.” Así transfirieron toda la responsabilidad a su hijo; porque no
se atrevían a confesar a Cristo.
El dilema en el cual fueron puestos los fariseos, sus dudas y
prejuicios, su incredulidad en los hechos del caso, fueron revelados
a la multitud, especialmente al pueblo común. Jesús había realizado
frecuentemente sus milagros en plena calle, y sus obras servían siem-
pre para aliviar el sufrimiento. La pregunta que estaba en muchas
mentes era: ¿Haría Dios esas obras poderosas mediante un impostor
como afirmaban los fariseos que era Jesús? La discusión se había
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vuelto encarnizada por ambas partes.
Los fariseos veían que estaban dando publicidad a la obra hecha
por Jesús. No podían negar el milagro. El ciego rebosaba gozo y
gratitud; contemplaba las maravillas de la naturaleza y se llenaba de
deleite ante la hermosura de la tierra y del cielo. Relataba libremente
su caso y otra vez ellos trataron de imponerle silencio, diciendo: “Da
gloria a Dios: nosotros sabemos que este hombre es pecador.” Es
decir: No repitas que este hombre te dió la vista; es Dios quien lo ha
hecho.
El ciego respondió: “Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que
habiendo yo sido ciego, ahora veo.”
Entonces le preguntaron otra vez: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió
los ojos?” Procuraron confundirlo con muchas palabras, a fin de que
él se juzgase engañado. Satanás y sus ángeles malos estaban de parte
de los fariseos, y unían sus fuerzas y argucias al razonamiento de
los hombres a fin de contrarrestar la influencia de Cristo. Embotaron
las convicciones hondamente arraigadas en muchas mentes. Los
ángeles de Dios también estaban presentes para fortalecer al hombre
cuya vista había sido restaurada.
Los fariseos no comprendían que estaban tratando más que con
un hombre inculto que había nacido ciego; no conocían a Aquel con
quien estaban en controversia. La luz divina brillaba en las cámaras
del alma del ciego. Mientras aquellos hipócritas procuraban hacerle
descreído, Dios le ayudó a demostrar, por el vigor y la agudeza de
sus respuestas, que no había de ser entrampado. Replicó: “Ya os lo