Página 460 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
“Haz esto, y vivirás,” dijo Jesús. Presentó la ley como una uni-
dad divina, enseñando así que es imposible guardar un precepto y
quebrantar otro; porque el mismo principio corre por todos ellos.
El destino del hombre será determinado por su obediencia a toda la
ley. El amor supremo a Dios y el amor imparcial al hombre son los
principios que deben practicarse en la vida.
El legista se reconoció transgresor de la ley. Bajo las palabras
escrutadoras de Cristo, se vió culpable. No practicaba la justicia de
la ley que pretendía conocer. No había manifestado amor hacia su
prójimo. Necesitaba arrepentirse; pero en vez de hacerlo, trató de
justificarse. En lugar de reconocer la verdad, trató de mostrar cuán
difícil es la observancia de los mandamientos. Así esperaba mantener
a raya la convicción de su culpabilidad y vindicarse ante el pueblo.
Las palabras del Salvador habían demostrado que su pregunta era
innecesaria, puesto que él mismo había podido contestarla. Con todo,
hizo otra, diciendo: “¿Quién es mi prójimo?”
Esta cuestión provocaba entre los judíos interminables disputas.
No tenían dudas en cuanto a los paganos y los samaritanos; éstos
eran extranjeros y enemigos. Pero ¿dónde debía hacerse la distinción
entre la gente de su propia nación, y entre las diferentes clases
de la sociedad? ¿A quiénes debían considerar como prójimos el
sacerdote, el rabino, el anciano? Se pasaban la vida en un sin fin de
ceremonias para purificarse. Enseñaban que el trato con la multitud
ignorante y descuidada causaba una contaminación cuya supresión
requería tedioso esfuerzo. ¿Debían considerar a los “inmundos”
como prójimos?
De nuevo Jesús rehusó ser arrastrado a una controversia. No
denunció el fanatismo de aquellos que le estaban vigilando para
condenarle. Pero relatando una sencilla historia expuso a sus oyentes
un cuadro tal del superabundante amor celestial, que tocó todos los
corazones, y arrancó del doctor de la ley una confesión de la verdad.
El modo de disipar las tinieblas consiste en dar entrada a la
luz. La mejor manera de tratar con el error consiste en presentar la
verdad. Es la revelación del amor de Dios lo que pone de manifiesto
la deformidad y el pecado de la egolatría.
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“Un hombre—dijo Jesús—descendía de Jerusalem a Jericó, y
cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole,
se fueron, dejándole medio muerto. Y aconteció, que descendió