Página 461 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El buen Samaritano
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un sacerdote por aquel camino, y viéndole, se pasó de un lado. Y
asimismo un Levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, se
pasó de un lado.” Esta no era una escena imaginaria, sino un suceso
reciente, conocido exactamente como fué presentado. El sacerdote
y el levita que habían pasado de un lado estaban en la multitud que
escuchaba las palabras de Cristo.
Al ir de Jerusalén a Jericó, el viajero tenía que pasar por una
región del desierto de Judea. El camino atravesaba una hondonada
despoblada y peñascosa, que estaba infestada de ladrones, y era a
menudo teatro de violencias. Era allí donde el viajero fué atacado,
despojado de todo lo que tenía valor, herido y magullado, y dejado
medio muerto junto al camino. Mientras yacía en esta condición
vino el sacerdote por ese camino; pero dirigió tan sólo una mirada de
soslayo al herido. Luego apareció el levita. Curioso por saber lo que
había acontecido, se detuvo y miró al doliente. Estaba convencido
de lo que debía hacer; pero no era un deber agradable. Deseaba no
haber venido por ese camino, para no haber necesitado ver al herido.
Se persuadió de que el caso no le concernía.
Estos dos hombres pertenecían al oficio sagrado y profesaban
exponer las Escrituras. Pertenecían a la clase especialmente elegida
para representar a Dios ante el pueblo. Se debían “compadecer
de los ignorantes y extraviados,
a fin de guiar a los hombres al
conocimiento del gran amor de Dios hacia la humanidad. La obra
que estaban llamados a hacer era la misma que Jesús había descrito
como suya cuando dijo: “El Espíritu del Señor es sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha
enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a
los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a
los quebrantados.
Los ángeles del cielo miran la angustia de la familia de Dios
en la tierra, y están dispuestos a cooperar con los hombres para
aliviar la opresión y el sufrimiento. En su providencia, Dios había
guiado al sacerdote y al levita a lo largo del camino en el cual
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yacía el herido doliente, a fin de que pudieran ver que necesitaba
misericordia y ayuda. Todo el cielo observaba para ver si el corazón
de esos hombres sería movido por la piedad hacia el infortunio
humano. El Salvador era el que había instruído a los hebreos en el
desierto; desde la columna de nube y de fuego había enseñado una