Página 462 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
lección muy diferente de la que el pueblo estaba recibiendo ahora de
sus sacerdotes y maestros. Las provisiones misericordiosas de la ley
se extendían aun a los animales inferiores, que no pueden expresar
con palabras sus necesidades y sufrimientos. Por medio de Moisés
se habían dado instrucciones a los hijos de Israel al respecto: “Si
encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a
llevárselo. Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su
carga, ¿le dejarás entonces desamparado? Sin falta ayudarás con él a
levantarlo.
Pero mediante el hombre herido por los ladrones, Jesús
presentó el caso de un hermano que sufría. ¡Cuánto más debieran
haberse conmovido de piedad hacia él que hacia una bestia de carga!
Por medio de Moisés se les había advertido que el Señor su Dios, era
“Dios grande, poderoso, y terrible,” “que hace justicia al huérfano
y a la viuda; que ama también al extranjero.” Por lo cual él ordenó:
“Amaréis pues al extranjero.” “Amalo como a ti mismo.
Job había dicho: “El extranjero no tenía fuera la noche; mis puer-
tas abría al caminante.” Y cuando dos ángeles en forma de hombres
fueron a Sodoma, Lot, inclinándose con su rostro a tierra, dijo: “Aho-
ra, pues, mis señores, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo
y os hospedéis.
Con todas estas lecciones el sacerdote y el levita
estaban familiarizados, pero no las ponían en práctica. Educados en
la escuela del fanatismo nacional, habían llegado a ser egoístas, de
ideas estrechas, y exclusivistas. Cuando miraron al hombre herido,
no podían afirmar si pertenecía a su nación o no. Pensaron que podía
ser uno de los samaritanos, y se alejaron.
El doctor de la ley no vió en la conducta de ellos, tal como
Cristo la había descrito, nada contrario a lo que se le había enseñado
concerniente a los requerimientos de la ley. Pero luego se le presentó
una nueva escena:
Un samaritano, de viaje, vino adonde estaba el doliente, y al
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verlo se compadeció de él. No preguntó si el extraño era judío o
gentil. Si fuera judío, bien sabía el samaritano que, de haber sido los
casos de ambos a la inversa, el hombre le habría escupido en la cara y
pasado de largo con desprecio. Pero no vaciló por esto. No consideró
que él mismo se exponía a la violencia al detenerse en ese lugar. Le
bastaba el hecho de que había delante de él un ser humano víctima
de la necesidad y el sufrimiento. Se quitó sus propias vestiduras para
cubrirlo. Usó para curar y resfrescar al hombre herido la provisión de