“Su estrella hemos visto”
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Herodes invitó entonces a los magos a entrevistarse privadamente
con él. Dentro de su corazón, rugía una tempestad de ira y temor,
pero conservaba un exterior sereno, y recibió cortésmente a los
extranjeros. Indagó acerca del tiempo en que les había aparecido la
estrella, y simuló saludar con gozo la indicación del nacimiento de
Cristo. Dijo a sus visitantes: “Andad allá, y preguntad con diligencia
por el niño; y después que le hallareis, hacédmelo saber, para que
yo también vaya y le adore.” Y así diciendo, los despidió para que
fuesen a Belén.
Los sacerdotes y ancianos de Jerusalén no eran tan ignorantes
acerca del nacimiento de Cristo como aparentaban. El informe de
la visita de los ángeles a los pastores había sido llevado a Jerusalén,
pero los rabinos lo habían considerado indigno de su atención. Ellos
podrían haber encontrado a Jesús, y haber estado listos para conducir
a los magos al lugar donde naciera; pero en vez de ello, los sabios
vinieron a llamarles la atención al nacimiento del Mesías. “¿Dónde
está el Rey de los Judíos que ha nacido?—dijeron;—porque su
estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.”
Entonces el orgullo y la envidia cerraron la puerta a la luz. Si los
informes traídos por los pastores y los magos habían de ser acepta-
dos, eso colocaba a los sacerdotes y rabinos en una posición poco
envidiable, pues desmentía su pretensión de ser exponentes de la
verdad de Dios. Esos sabios maestros no querían rebajarse a recibir
instrucciones de aquellos a quienes llamaban paganos. No podía ser,
razonaban, que Dios los hubiera pasado por alto para comunicarse
con pastores ignorantes y gentiles incircuncisos. Resolvieron de-
mostrar su desprecio por los informes que agitaban al rey Herodes y
a toda Jerusalén. Ni aun quisieron ir a Belén para ver si esas cosas
eran así. E indujeron al pueblo a considerar el interés en Jesús como
una excitación fanática. Así empezaron a rechazar a Cristo los sacer-
dotes y rabinos. Desde entonces, su orgullo y terquedad fueron en
aumento hasta transformarse en odio arraigado contra el Salvador.
Mientras Dios estaba abriendo la puerta a los gentiles, los dirigentes
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judíos se la estaban cerrando a sí mismos.
Los magos salieron solos de Jerusalén. Las sombras de la noche
iban cayendo cuando pasaron por las puertas, pero para gran gozo
suyo volvieron a ver la estrella, y ella los encaminó hacia Belén.
Ellos no habían recibido ninguna indicación del humilde estado