Página 48 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
de Jesús, como la que había sido dada a los pastores. Después del
largo viaje, se quedaron desilusionados por la indiferencia de los
dirigentes judíos, y habían salido de Jerusalén con menos confianza
que cuando entraron en la ciudad. En Belén, no encontraron ninguna
guardia real para proteger al recién nacido Rey. No le asistía ninguno
de los hombres honrados por el mundo. Jesús se hallaba acostado en
un pesebre. Sus padres, campesinos sin educación, eran sus únicos
guardianes. ¿Podía ser aquel niño el personaje de quien se había
escrito que había de “levantar las tribus de Jacob” y restaurar “los
asolamientos de Israel;” que sería “luz de las gentes,” y “salud hasta
lo postrero de la tierra”
“Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y
postrándose, le adoraron.” Bajo el humilde disfraz de Jesús, recono-
cieron la presencia de la divinidad. Le dieron sus corazones como
a su Salvador, y entonces sacaron sus presentes, “oro e incienso
y mirra.” ¡Qué fe la suya! Podría haberse dicho de los magos del
Oriente, como se dijo más tarde del centurión romano: “Ni aun en
Israel he hallado fe tanta.
Los magos no habían comprendido el designio de Herodes hacia
Jesús. Cuando el objeto de su viaje fué logrado, se prepararon para
volver a Jerusalén, y se proponían darle cuenta de su éxito. Pero en
un sueño recibieron una orden divina de no comunicarse más con
él. Evitando pasar por Jerusalén, emprendieron el viaje de regreso
a su país por otro camino. Igualmente José recibió advertencia de
huir a Egipto con María y el niño. Y el ángel dijo: “Estáte allá hasta
que yo te lo diga; porque ha de acontecer, que Herodes buscará al
niño para matarle.” José obedeció sin dilación, emprendiendo viaje
de noche para mayor seguridad.
Mediante los magos, Dios había llamado la atención de la nación
judía al nacimiento de su Hijo. Sus investigaciones en Jerusalén, el
interés popular que excitaron, y aun los celos de Herodes, cosas que
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atrajeron la atención de los sacerdotes y rabinos, dirigieron los espíri-
tus a las profecías concernientes al Mesías, y al gran acontecimiento
que acababa de suceder.
Satanás estaba resuelto a privar al mundo de la luz divina, y
empleó su mayor astucia para destruir al Salvador. Pero Aquel que
nunca dormita ni duerme, velaba sobre su amado Hijo. Aquel que
había hecho descender maná del cielo para Israel, y había alimentado