“Su estrella hemos visto”
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a Elías en tiempo de hambre, proveyó en una tierra pagana un refugio
para María y el niño Jesús. Y mediante los regalos de los magos
de un país pagano, el Señor suministró los medios para el viaje a
Egipto y la estada en esa tierra extraña.
Los magos habían estado entre los primeros en dar la bienvenida
al Redentor. Su presente fué el primero depositado a sus pies. Y
mediante este presente, ¡qué privilegio de servir tuvieron! Dios se
deleita en honrar la ofrenda del corazón que ama, dándole la mayor
eficacia en su servicio. Si hemos dado nuestro corazón a Jesús, le
traeremos también nuestros donativos. Nuestro oro y plata, nuestras
posesiones terrenales más preciosas, nuestros dones mentales y espi-
rituales más elevados, serán dedicados libremente a Aquel que nos
amó y se dió a sí mismo por nosotros.
Herodes esperaba impacientemente en Jerusalén el regreso de
los magos. A medida que transcurría el tiempo y ellos no aparecían,
se despertaron sus sospechas. La poca voluntad de los rabinos para
señalar el lugar del nacimiento del Mesías parecía indicar que se
habían dado cuenta de su designio, y que los magos le evitaban a
propósito. Este pensamiento le enfurecía. La astucia había fracasado,
pero le quedaba el recurso de la fuerza. Iba a hacer un escarmiento
en este niño rey. Aquellos altivos judíos verían lo que podían esperar
de sus tentativas de poner un monarca en el trono.
Envió inmediatamente soldados a Belén con órdenes de matar a
todos los niños menores de dos años. Los tranquilos hogares de la
ciudad de David presenciaron aquellas escenas de horror que seis
siglos antes habían sido presentadas al profeta. “Voz fué oída en
Ramá, grande lamentación, lloro y gemido: Raquel que llora sus
hijos; y no quiso ser consolada, porque perecieron.”
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Los judíos habían traído esta calamidad sobre sí mismos. Si
hubiesen andado con fidelidad y humildad delante de Dios, de alguna
manera señalada él habría hecho inofensiva para ellos la ira del rey.
Pero se habían separado de Dios por sus pecados, y habían rechazado
al Espíritu Santo que era su único escudo. No habían estudiado
las Escrituras con el deseo de conformarse a la voluntad de Dios.
Habían buscado profecías que pudiesen interpretarse de manera que
los exaltaran y demostraran que Dios despreciaba a todas las demás
naciones. Se jactaban orgullosamente de que el Mesías había de
venir como Rey, para vencer a sus enemigos y hollar a los paganos