Página 485 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Lázaro, ven fuera”
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mas vamos a él.” Tomás no podía ver para su Maestro otra cosa que
la muerte si iba a Judea; pero fortaleció su ánimo y dijo a los otros
discípulos: “Vamos también nosotros, para que muramos con él.”
Conocía el odio que los judíos le tenían a Jesús. Querían lograr su
muerte, pero este propósito no había tenido éxito, porque le quedaba
todavía una parte del tiempo que se le había concedido. Durante
ese tiempo, Jesús gozaba de la custodia de los ángeles celestiales; y
aun en las regiones de Judea, donde los rabinos maquinaban cómo
apresarle y darle muerte, no podía sucederle mal alguno.
Los discípulos se asombraron de las palabras de Cristo cuando
dijo: “Lázaro es muerto; y huélgome ... que yo no haya estado allí.”
¿Habíase mantenido el Salvador alejado por su propia voluntad del
hogar de sus amigos que sufrían? Aparentemente había dejado solas
a Marta y María, así como al moribundo Lázaro. Pero no estaban
solos. Cristo contemplaba toda la escena, y después de la muerte
de Lázaro las enlutadas hermanas fueron sostenidas por su gracia.
Jesús presenció el pesar de sus corazones desgarrados, mientras su
hermano luchaba con su poderoso enemigo la muerte. Sintió los
trances de su angustia, y dijo a sus discípulos: “Lázaro es muerto.”
Pero Cristo no sólo tenía que pensar en aquellos a quienes amaba
en Betania; tenía que considerar la educación de sus discípulos.
Ellos habían de ser sus representantes ante el mundo, para que la
bendición del Padre pudiese abarcar a todos. Por su causa, permitió
que Lázaro muriese. Si le hubiese devuelto la salud cuando estaba
enfermo, el milagro que llegó a ser la evidencia más positiva de su
carácter divino, no se habría realizado.
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Si Cristo hubiese estado en la pieza del enfermo, Lázaro no
habría muerto; porque Satanás no hubiera tenido poder sobre él. La
muerte no podría haber lanzado su dardo contra Lázaro en presencia
del Dador de la vida. Por lo tanto, Cristo permaneció lejos. Dejó
que el enemigo ejerciese su poder, para luego hacerlo retroceder
como enemigo vencido. Permitió que Lázaro pasase bajo el dominio
de la muerte; y las hermanas apenadas vieron a su hermano puesto
en la tumba. Cristo sabía que mientras mirasen el rostro muerto de
su hermano, su fe en el Redentor sería probada severamente. Pero
sabía que a causa de la lucha por la cual estaban pasando ahora,
su fe resplandecería con fuerza mucho mayor. Permitió todos los
dolores y penas que soportaron. Su tardanza no indicaba que las