Página 486 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
amase menos, pero sabía que para ellas, para Lázaro, para él mismo
y para sus discípulos, había de ganarse una victoria.
“Por vosotros,” “para que creáis.” A todos los que tantean para
sentir la mano guiadora de Dios, el momento de mayor desaliento
es cuando más cerca está la ayuda divina. Mirarán atrás con agrade-
cimiento, a la parte más obscura del camino. “Sabe el Señor librar
de tentación a los píos.
Salen de toda tentación y prueba con una
fe más firme y una experiencia más rica.
Al demorar en venir a Lázaro, Jesús tenía un propósito de mise-
ricordia para con los que no le habían recibido. Tardó, a fin de que
al resucitar a Lázaro pudiese dar a su pueblo obstinado e incrédulo,
otra evidencia de que él era de veras “la resurrección y la vida.” Le
costaba renunciar a toda esperanza con respecto a su pueblo, las
pobres y extraviadas ovejas de la casa de Israel. Su impenitencia
le partía el corazón. En su misericordia, se propuso darles una evi-
dencia más de que era el Restaurador, el único que podía sacar a
luz la vida y la inmortalidad. Había de ser una evidencia que los
sacerdotes no podrían interpretar mal. Tal fué la razón de su demora
en ir a Betania. Este milagro culminante, la resurrección de Lázaro,
había de poner el sello de Dios sobre su obra y su pretensión a la
divinidad.
En su viaje a Betania, Jesús, de acuerdo con su costumbre, aten-
dió a los enfermos y menesterosos. Al llegar a la aldea, mandó un
mensajero a las hermanas para avisarlas de su llegada. Cristo no en-
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tró en seguida en la casa, sino que permaneció en un lugar tranquilo
al lado del camino. La gran ostentación externa manifestada por los
judíos en ocasión de la muerte de un deudo no estaba en armonía
con el espíritu de Cristo. Oía los lamentos de los plañidores, y no
quería encontrarse con las hermanas en medio de la confusión. Entre
los que lloraban estaban los parientes de la familia, algunos de los
cuales ocupaban altos puestos de responsabilidad en Jerusalén. Entre
ellos se contaban algunos de los más acerbos enemigos de Cristo. El
conocía su propósito y por lo tanto no se hizo conocer en seguida.
El mensaje fué dado a Marta con tanta reserva que las otras
personas que estaban en la pieza no lo oyeron. Absorta en su pesar,
María no oyó las palabras. Levantándose en seguida, Marta salió al
encuentro de su Señor, pero pensando que ella había ido al sepulcro