“Lázaro, ven fuera”
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donde estaba Lázaro, María permaneció sumida silenciosamente en
su pesar.
Marta se apresuró a ir al encuentro de Jesús, con el corazón
agitado por encontradas emociones. En el rostro expresivo de él,
leyó ella la misma ternura y amor que siempre había habido allí.
Su confianza en él no había variado, pero recordaba a su amado
hermano a quien Jesús también amaba. Con el pesar que brotaba de
su corazón porque Cristo no había venido antes y, sin embargo, con
la esperanza de que aun ahora podría hacer algo para consolarlas,
dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no fuera muerto.”
Vez tras vez, en medio del tumulto creado por los plañidores, las
hermanas habían repetido estas palabras.
Con compasión humana y divina, Jesús miró el rostro entris-
tecido y acongojado de Marta. Esta no tenía deseo de relatar lo
sucedido; todo estaba expresado por las palabras patéticas: “Señor,
si hubieses estado aquí, mi hermano no fuera muerto.” Pero mirando
aquel rostro lleno de amor, añadió: “Mas también sé ahora, que todo
lo que pidieres de Dios, te dará Dios.”
Jesús animó su fe diciendo: “Resucitará tu hermano.” Su respues-
ta no estaba destinada a inspirar esperanza en un cambio inmediato.
Dirigía el Señor los pensamientos de Marta más allá de la restau-
ración actual de su hermano, y los fijaba en la resurrección de los
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justos. Lo hizo para que pudiese ver en la resurrección de Lázaro
una garantía de la resurrección de todos los justos y la seguridad de
que sucedería por el poder del Salvador.
Marta contestó: “Yo sé que resucitará en la resurrección en el
día postrero.”
Tratando todavía de dar la verdadera dirección a su fe, Jesús
declaró: “Yo soy la resurrección y la vida.” En Cristo hay vida origi-
nal, que no proviene ni deriva de otra. “El que tiene al Hijo, tiene la
vida.
La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de
la vida eterna. “El que cree en mí—dijo Jesús,—aunque esté muerto,
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.
¿Crees eso?” Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida.
Entonces los justos muertos serán resucitados incorruptibles, y los
justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El milagro
que Cristo estaba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos,
representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por sus