“Lázaro, ven fuera”
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“Quitad la piedra.” Cristo podría haber ordenado a la piedra que
se apartase, y habría obedecido a su voz. Podría haber ordenado a
los ángeles que estaban a su lado que la sacasen. A su orden, manos
invisibles habrían removido la piedra. Pero había de ser sacada por
manos humanas. Así Cristo quería mostrar que la humanidad ha de
cooperar con la divinidad. No se pide al poder divino que haga lo que
el poder humano puede hacer. Dios no hace a un lado la ayuda del
hombre. Le fortalece y coopera con él mientras emplea las facultades
y capacidades que se le dan. La orden se cumplió. La piedra fué
puesta a un lado. Todo fué hecho abierta y deliberadamente. Se dió a
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todos oportunidad de ver que no había engaño. Allí estaba el cuerpo
de Lázaro en su tumba rocosa, frío y silencioso en la muerte. Los
clamores de los plañidores se acallan. Sorprendida y expectante, la
congregación está alrededor del sepulcro, esperando lo que ha de
seguir.
Sereno, Cristo está de pie delante de la tumba. Una solemnidad
sagrada descansa sobre todos los presentes. Cristo se acerca aun más
al sepulcro y, alzando los ojos al cielo, dice: “Padre, gracias te doy
que me has oído.” No mucho tiempo antes de esto, los enemigos
de Cristo le habían acusado de blasfemia y habían recogido piedras
para arrojárselas porque aseveraba ser Hijo de Dios. Le acusaron de
realizar milagros por el poder de Satanás. Pero aquí Cristo llama a
Dios su Padre y con perfecta confianza declara que es Hijo de Dios.
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su Padre. Siempre se
esmeraba por hacer evidente que no realizaba su obra independien-
temente; era por la fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo
deseaba que todos conociesen su relación con su Padre. “Padre—
dijo,—gracias te doy que me has oído. Que yo sabía que siempre me
oyes; mas por causa de la compañía que está alrededor, lo dije, para
que crean que tú me has enviado.” En esta ocasión, los discípulos y
la gente iban a recibir la evidencia más convincente de la relación
que existía entre Cristo y Dios. Se les había de demostrar que el
aserto de Cristo no era una mentira.
“Y habiendo dicho estas cosas, clamó a gran voz: Lázaro, ven
fuera.” Su voz, clara y penetrante, entra en los oídos del muerto. La
divinidad fulgura a través de la humanidad. En su rostro, iluminado
por la gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su poder. Cada ojo
está fijo en la entrada de la cueva. Cada oído está atento al menor