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El Deseado de Todas las Gentes
muerte que habían de ser la suerte de los hombres. Su corazón fué
traspasado por el dolor de la familia humana de todos los siglos y de
todos los países. Los ayes de la raza pecaminosa pesaban sobre su
alma, y la fuente de sus lágrimas estalló mientras anhelaba aliviar
toda su angustia.
“Y Jesús, conmoviéndose otra vez en sí mismo, vino al sepulcro.”
Lázaro había sido puesto en una cueva rocosa, y una piedra maciza
había sido puesta frente a la entrada. “Quitad la piedra,” dijo Cristo.
Pensando que él deseaba tan sólo mirar al muerto, Marta objetó
diciendo que el cuerpo había estado sepultado cuatro días y que la
corrrupción había empezado ya su obra. Esta declaración, hecha
antes de la resurrección de Lázaro, no dejó a los enemigos de Cristo
lugar para decir que había subterfugio. En lo pasado, los fariseos
habían hecho circular falsas declaraciones acerca de las más maravi-
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llosas manifestaciones del poder de Dios. Cuando Cristo devolvió
la vida a la hija de Jairo, había dicho: “La muchacha no es muerta,
mas duerme.
Como ella había estado enferma tan sólo un corto
tiempo y fué resucitada inmediatamente después de su muerte, los
fariseos declararon que la niña no había muerto; que Cristo mismo
había dicho que estaba tan sólo dormida. Habían tratado de dar la
impresión de que Cristo no podía sanar a los enfermos, que había
engaños en sus milagros. Pero en este caso, nadie podía negar que
Lázaro había muerto.
Cuando el Señor está por hacer una obra, Satanás induce a al-
guno a objetar. “Quitad la piedra,” dijo Cristo. En cuanto sea posible,
preparad el camino para mi obra. Pero la naturaleza positiva y am-
biciosa de Marta se manifestó. Ella no quería que el cuerpo ya en
descomposición fuese expuesto a las miradas. El corazón humano
es tardo para comprender las palabras de Cristo, y la fe de Marta no
había asimilado el verdadero significado de su promesa.
Cristo reprendió a Marta, pero sus palabras fueron pronunciadas
con la mayor amabilidad. “¿No te he dicho que, si creyeres, verás la
gloria de Dios?” ¿Por qué habríais de dudar de mi poder? ¿Por qué
razonar contrariamente a mis requerimientos? Tenéis mi palabra. Si
queréis creer, veréis la gloria de Dios. Las imposibilidades naturales
no pueden impedir la obra del Omnipotente. El escepticismo y la
incredulidad no son humildad. La creencia implícita en la palabra
de Cristo es verdadera humildad, verdadera entrega propia.