Capítulo 59—Conspiraciones sacerdotales
Este capítulo está basado en Juan 11:47-54.
Betania estaba tan cerca de Jerusalén que pronto llegaron a
la ciudad las noticias de la resurrección de Lázaro. Por medio de
los espías que habían presenciado el milagro, los dirigentes judíos
fueron puestos rápidamente al tanto de los hechos. Convocaron
inmediatamente una reunión del Sanedrín, para decidir lo que debía
hacerse. Cristo había demostrado ahora plenamente su dominio
sobre la muerte y el sepulcro. Este gran milagro era la evidencia
máxima que ofrecía Dios a los hombres en prueba de que había
enviado su Hijo al mundo para salvarlo. Era una demostración del
poder divino que bastaba para convencer a toda mente dotada de
razón y conciencia iluminada. Muchos de los que presenciaron la
resurrección de Lázaro fueron inducidos a creer en Jesús. Pero el
odio de los sacerdotes contra él se intensificó. Habían rechazado
todas las pruebas menores de su divinidad, y este nuevo milagro
no hizo sino enfurecerlos. El muerto había sido resucitado en plena
luz del día y ante una multitud de testigos. Ningún sofisma podía
destruir tal evidencia. Por esta misma razón, la enemistad de los
sacerdotes se hacía más mortífera. Estaban más determinados que
nunca a detener la obra de Cristo.
Los saduceos, aunque no estaban a favor de Cristo, no habían
estado tan llenos de malicia contra él como los fariseos. Su odio no
había sido tan acerbo. Pero ahora estaban cabalmente alarmados.
No creían en la resurrección de los muertos. Basados en lo que
llamaban falsamente ciencia, habían razonado que era imposible
que un cuerpo muerto tornara a la vida. Pero mediante unas pocas
palabras de Cristo, su teoría había quedado desbaratada. Se había
puesto de manifiesto la ignorancia de ellos tocante a las Escrituras
y el poder de Dios. Veían la imposibilidad de destruir la impresión
hecha en el pueblo por este milagro. ¿Cómo podrían los hombres ser
apartados de Aquel que había triunfado hasta arrancar sus muertos al
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