Página 494 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
sepulcro? Se pusieron en circulación falsos informes, pero el milagro
no podía negarse, y ellos no sabían cómo contrarrestar sus efectos.
Hasta entonces, los saduceos no habían alentado el plan de matar
a Cristo. Pero después de la resurrección de Lázaro, creyeron que
únicamente mediante su muerte podrían ser reprimidas sus intrépidas
denuncias contra ellos.
Los fariseos creían en la resurrección, y no podían sino ver en
ese milagro una evidencia de que el Mesías estaba entre ellos. Pero
siempre se habían opuesto a la obra de Cristo. Desde el principio, le
habían aborrecido porque había desenmascarado sus pretensiones
hipócritas. Les había quitado el manto de rigurosos ritos bajo el cual
ocultaban su deformidad moral. La religión pura que él enseñaba
había condenado la vacía profesión de piedad. Ansiaban vengarse
de él por sus agudos reproches. Habían procurado inducirle a decir
o hacer alguna cosa que les diera ocasión de condenarlo. En varias
ocasiones, habían intentado apedrearlo, pero él se había apartado
tranquilamente, y le habían perdido de vista.
Todos los milagros que realizaba en sábado eran para aliviar al
afligido, pero los fariseos habían procurado condenarlo como viola-
dor del sábado. Habían tratado de incitar a los herodianos contra él.
Presentándoselo como procurando establecer un reino rival, consul-
taron con ellos en cuanto a cómo matarlo. Para excitar a los romanos
contra él, se lo habían representado como tratando de subvertir su
autoridad. Habían ensayado todos los recursos para impedir que
influyera en el pueblo. Pero hasta entonces sus tentativas habían
fracasado. Las multitudes que habían presenciado sus obras de mise-
ricordia y oído sus enseñanzas puras y santas, sabían que los suyos
no eran los hechos y palabras de un violador del sábado o blasfemo.
Aun los oficiales enviados por los fariseos habían sentido tanto la
influencia de sus palabras que no pudieron echar mano de él. En
su desesperación, los judíos habían publicado finalmente un edicto
decretando que cualquiera que profesase fe en Jesús fuera expulsado
de la sinagoga.
Así que, cuando los sacerdotes, gobernantes y ancianos se reunie-
ron en concilio, era firme su determinación de acallar a Aquel que
obraba tales maravillas que todos los hombres se admiraban. Los
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fariseos y los saduceos estaban más cerca de la unión que nunca.
Divididos hasta entonces, se unificaron por oposición a Cristo. Nico-