Página 500 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
cípulos que siguieran a Jesús. El y su hermano Santiago habían
estado entre el primer grupo que había dejado todo por servirle.
Alegremente habían abandonado su familia y sus amigos para poder
estar con él; habían caminado y conversado con él; habían estado
con él en el retiro del hogar y en las asambleas públicas. El había
aquietado sus temores, aliviado sus sufrimientos y confortado sus
pesares, los había librado de peligros y con paciencia y ternura les
había enseñado, hasta que sus corazones parecían unidos al suyo, y
en su ardor y amor anhelaban estar más cerca de él que nadie en su
reino. En toda oportunidad posible, Juan se situaba junto al Salvador,
y Santiago anhelaba ser honrado con una estrecha relación con él.
La madre de ellos era discípula de Cristo y le había servido
generosamente con sus recursos. Con el amor y la ambición de una
madre por sus hijos, codiciaba para ellos el lugar más honrado en el
nuevo reino. Por esto, los animó a hacer una petición.
La madre y sus hijos vinieron a Jesús para pedirle que les otor-
gara algo que anhelaban en su corazón.
“¿Qué queréis que os haga?” preguntó él.
La madre pidió: “Di que se sienten estos dos hijos míos, el uno
a tu mano derecha, y el otro a tu izquierda, en tu reino.”
Jesús los trató con ternura y no censuró su egoísmo por buscar
preferencia sobre sus hermanos. Leía sus corazones y conocía la
profundidad de su cariño hacia él. El amor de ellos no era un afecto
meramente humano; aunque fluía a través de la terrenidad de sus
conductos humanos, era una emanación de la fuente de su propio
amor redentor. El no lo criticó, sino que lo ahondó y purificó. Dijo:
“¿Podéis beber el vaso que yo he de beber, y ser bautizados del
bautismo de que yo soy bautizado?” Ellos recordaron sus misteriosas
palabras, que señalaban la prueba y el sufrimiento, pero contestaron
confiadamente: “Podemos.” Consideraban que sería el más alto
honor demostrar su lealtad compartiendo todo lo que aconteciera a
su Señor.
“A la verdad mi vaso beberéis, y del bautismo de que yo soy
bautizado, seréis bautizados,” dijo él. Delante de él, había una cruz
en vez de un trono, y por compañeros suyos, a su derecha y a su
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izquierda, dos malhechores. Juan y Santiago tuvieron que participar
de los sufrimientos con su Maestro; uno fué el primero de los her-