Página 505 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Zaqueo
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despertado un anhelo de vivir una vida mejor. A poca distancia de
Jericó, Juan el Bautista había predicado a orillas del Jordán, y Za-
queo había oído el llamamiento al arrepentimiento. La instrucción
dada a los publicanos: “No exijáis más de lo que os está ordenado,
aunque exteriormente desatendida, había impresionado su mente.
Conocía las Escrituras, y estaba convencido de que su práctica era
incorrecta. Ahora, al oír las palabras que se decían venir del gran
Maestro, sintió que era pecador a la vista de Dios. Sin embargo, lo
que había oído tocante a Jesús encendía la esperanza en su corazón.
El arrepentimiento, la reforma de la vida, eran posibles aun para él;
¿no había sido publicano uno de los más fieles discípulos del nuevo
Maestro? Zaqueo comenzó inmediatamente a seguir la convicción
que se había apoderado de él y a hacer restitución a quienes había
perjudicado.
Ya había empezado a volver así sobre sus pasos, cuando se
supo en Jericó que Jesús estaba entrando en la ciudad. Zaqueo
resolvió verle. Comenzaba a comprender cuán amargos eran los
frutos del pecado, y cuán difícil el camino del que procura volver
de una conducta incorrecta. El ser mal entendido, el tropezar con
la sospecha y desconfianza en el esfuerzo de corregir sus errores,
era difícil de soportar. El jefe de los publicanos anhelaba mirar el
rostro de Aquel cuyas palabras habían hecho nacer la esperanza en
su corazón.
Las calles estaban atestadas, y Zaqueo, que era de poca estatura,
no iba a ver nada por encima de las cabezas del gentío. Nadie le
daría lugar; así que, corriendo delante de la multitud hasta donde
un frondoso sicómoro extendía sus ramas sobre el camino, el rico
recaudador de impuestos trepó a un sitio entre las ramas desde
donde podría examinar a la procesión que pasaba abajo. Mientras el
gentío se aproximaba en su recorrido, Zaqueo escudriñaba con ojos
anhelantes para distinguir la figura de Aquel a quien ansiaba ver.
Por encima del clamor de los sacerdotes y rabinos y las voces
de bienvenida de la multitud, el inexpresado deseo del principal de
los publicanos habló al corazón de Jesús. Repentinamente, bajo el
sicómoro, un grupo se detuvo, la compañía que iba adelante y la que
iba atrás hicieron alto, y miró arriba Uno cuya mirada parecía leer
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el alma. Casi dudando de sus sentidos, el hombre que estaba en el