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El Deseado de Todas las Gentes
árbol oyó las palabras: “Zaqueo, date priesa, desciende, porque hoy
es necesario que pose en tu casa.”
La multitud hizo lugar y Zaqueo, caminando como en sueño, se
dirigió hacia su casa. Pero los rabinos miraban con rostros ceñudos
y murmuraron con descontento y desdén “que había entrado a posar
con un hombre pecador.”
Zaqueo había sido abrumado, asombrado y reducido al silencio
por el amor y la condescendencia de Cristo al rebajarse hasta él,
tan indigno. Ahora expresaron sus labios el amor y la alabanza que
tributaba a su recién hallado Maestro. Resolvió hacer públicos su
confesión y su arrepentimiento.
En presencia de la multitud, “Zaqueo, puesto en pie, dijo al
Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si
en algo he defraudado a alguno, lo vuelvo con el cuatro tanto.
“Y Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por
cuanto él también es hijo de Abraham.”
Cuando el joven y rico príncipe se había alejado de Jesús, los
discípulos se habían maravillado de las palabras de su Maestro:
“¡Cuán difícil es entrar en el reino de Dios, los que confían en las
riquezas!” Ellos habían exclamado el uno al otro: “¿Y quién podrá
salvarse?” Ahora tenían una demostración de la veracidad de las
palabras de Cristo: “Lo que es imposible para con los hombres,
posible es para Dios.
Vieron cómo, por la gracia de Dios, un rico
podría entrar en el reino.
Antes que Zaqueo mirara el rostro de Cristo, había iniciado la
obra que ponía de manifiesto que era un verdadero penitente. Antes
que fuera acusado por el hombre, había confesado su pecado. Se
había rendido a la convicción del Espíritu Santo, y había empezado
a seguir la enseñanza de las palabras escritas para el antiguo Israel
tanto como para nosotros. El Señor había dicho hacía mucho tiempo:
“Y cuando tu hermano empobreciere, y se acogiere a ti, tú lo ampa-
rarás: como peregrino y extranjero vivirá contigo. No tomarás usura
de él, ni aumento; mas tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá
contigo. No le darás tu dinero a usura, ni tu vitualla a ganancia.” “Y
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no engañe ninguno a su prójimo; mas tendrás temor de tu Dios.
Estas palabras habían sido pronunciadas por Cristo mismo cuando
estaba envuelto en la columna de nube, y la primera respuesta de