La fiesta en casa de Simón
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corazón de María estaba lleno de gratitud. Ella había oído hablar
a Jesús de su próxima muerte, y en su profundo amor y tristeza
había anhelado honrarle. A costa de gran sacrificio personal, había
adquirido un vaso de alabastro de “nardo líquido de mucho precio”
para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban ahora que él estaba a
punto de ser coronado rey. Su pena se convirtió en gozo y ansiaba
ser la primera en honrar a su Señor. Quebrando el vaso de ungüento,
derramó su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, y llorando
postrada le humedecía los pies con sus lágrimas y se los secaba con
su larga y flotante cabellera.
Había procurado evitar ser observada y sus movimientos podrían
haber quedado inadvertidos, pero el ungüento llenó la pieza con su
fragancia y delató su acto a todos los presentes. Judas consideró este
acto con gran disgusto. En vez de esperar para oír lo que Jesús dijera
sobre el asunto, comenzó a susurrar a sus compañeros más próximos
críticas contra Cristo porque toleraba tal desperdicio. Astutamente,
hizo sugestiones tendientes a provocar descontento.
Judas era el tesorero de los discípulos, y de su pequeño depósito
había extraído secretamente para su propio uso, reduciendo así sus
recursos a una escasa pitanza. Estaba ansioso de poner en su bolsa
todo lo que pudiera obtener. A menudo había que sacar dinero de la
bolsa para aliviar a los pobres; y cuando se compraba alguna cosa
que Judas no consideraba esencial, él solía decir: ¿Por qué se hace
este despilfarro? ¿Por qué no se coloca el costo de esto en la bolsa
que yo llevo para los pobres? Ahora el acto de María contrastaba
tanto con su egoísmo que él quedaba expuesto a la vergüenza; y de
acuerdo con su costumbre trató de dar un motivo digno a su crítica
en cuanto a la dádiva de ella. Dirigiéndose a los discípulos, preguntó:
“¿Por qué no se ha vendido este ungüento por trescientos dineros,
y se dió a los pobres? Mas dijo esto, no por el cuidado que él tenía
de los pobres; sino porque era ladrón, y tenía la bolsa, y traía lo que
se echaba en ella.” Judas no tenía amor a los pobres. Si el ungüento
de María se hubiese vendido y el importe hubiera caído en su poder,
los pobres no habrían recibido beneficio.
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Judas tenía un elevado concepto de su propia capacidad admi-
nistrativa. Se consideraba muy superior a sus condiscípulos como
hombre de finanzas, y los había inducido a ellos a considerarlo de la
misma manera. Había ganado su confianza y tenía gran influencia