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El Deseado de Todas las Gentes
entre los discípulos. El Salvador no le censuró, y así evitó darle una
excusa para traicionarle.
Pero la mirada que Jesús dirigió a Judas le convenció de que el
Salvador discernía su hipocresía y leía su carácter vil y desprecia-
ble. Al elogiar la acción de María, que había sido tan severamente
condenada, Cristo había censurado a Judas. Antes de eso, nunca le
había hecho el Salvador un reproche directo. Ahora la reprensión
había provocado resentimiento en su corazón y resolvió vengarse.
De la cena fué directamente al palacio del sumo sacerdote, donde
estaba reunido el concilio, y ofreció entregar a Jesús en sus manos.
Los sacerdotes se alegraron mucho. A estos dirigentes de Israel
se les había dado el privilegio de recibir a Cristo como su Salvador,
sin dinero y sin precio. Pero rechazaron el precioso don que les fué
ofrecido con el más tierno espíritu de amor constrictivo. Rehusaron
aceptar la salvación que es de más alto valor que el oro, y compraron
a su Salvador por treinta piezas de plata.
Judas se había entregado a la avaricia hasta que ésta había sub-
yugado todo buen rasgo de su carácter. Envidiaba la ofrenda hecha
a Jesús. Su corazón estaba lleno de celos porque el Salvador había
sido objeto de un don digno de los monarcas de la tierra. Por una
cantidad muy inferior a la que costaba el vaso de ungüento, entregó
a su Señor.
Los discípulos no se parecían a Judas. Ellos amaban al Salvador.
Pero no apreciaban debidamente su exaltado carácter. Si hubiesen
comprendido lo que él había hecho por ellos, hubieran sentido que
nada que se le ofrendaba era malgastado. Los sabios del Oriente,
que conocían tan poco de Jesús, habían manifestado mejor aprecio
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del honor debido a él. Trajeron sus preciosos dones al Salvador, y se
inclinaron en homenaje delante de él, cuando no era sino un niño y
yacía en un pesebre.
Cristo apreciaba los actos de cortesía que brotaban del corazón.
Cuando alguien le hacía un favor, lo bendecía con cortesía celestial.
No rechazaba la flor más sencilla arrancada por la mano de un niño,
que se la ofrecía con amor. Aceptaba las ofrendas de los niños,
bendecía a los donantes e inscribía sus nombres en el libro de la
vida. En las Escrituras, se menciona el ungimiento de Jesús por
María para distinguirla de las otras Marías. Los actos de amor y
reverencia para con Jesús son una evidencia de la fe en él como Hijo