Página 516 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
cieran expresarían el gran amor de María, ofrendarían libremente
el ungüento, y no lo considerarían un derroche. Nada tendrían por
demasiado costoso para darlo a Cristo, ningún acto de abnegación o
sacrificio personal les parecería demasiado grande para soportarlo
por amor a él.
Las palabras dichas con indignación: “¿Por qué se pierde esto?”
recordaron vívidamente a Cristo el mayor sacrificio jamás hecho: el
don de sí mismo en propiciación por un mundo perdido. El Señor
quería ser tan generoso con su familia humana que no pudiera decirse
que él habría podido hacer más. En el don de Jesús, Dios dió el cielo
entero. Desde el punto de vista humano, tal sacrificio era un derroche
desenfrenado. Para el raciocinio humano, todo el plan de la salvación
es un derroche de mercedes y recursos. Podemos ver abnegación y
sacrificio sincero en todas partes. Bien pueden las huestes celestiales
mirar con asombro a la familia humana que rehusa ser elevada y
enriquecida con el infinito amor expresado en Cristo. Bien pueden
ellas exclamar: ¿Por qué se hace este gran derroche?
Pero la propiciación para un mundo perdido había de ser plena,
abundante y completa. La ofrenda de Cristo era sumamente abun-
dante para enriquecer a toda alma que Dios había creado. No debía
restringirse de modo que no excediera al número de los que acepta-
rían el gran Don. No todos los hombres se salvan; sin embargo, el
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plan de redención no es un desperdicio porque no logra todo lo que
está provisto por su liberalidad. Debía haber suficiente y sobrar.
Simón, el huésped, había sentido la influencia de la crítica de
Judas respecto al don de María, y se había sorprendido por la con-
ducta de Jesús. Su orgullo de fariseo se había ofendido. Sabía que
muchos de sus huéspedes estaban mirando a Cristo con desconfianza
y desagrado. Dijo entre sí: “Este, si fuera profeta, conocería quién y
cuál es la mujer que le toca, que es pecadora.”
Al curarlo a Simón de la lepra, Cristo lo había salvado de una
muerte viviente. Pero ahora Simón se preguntaba si el Salvador
era profeta. Porque Cristo permitió que esta mujer se acercara a él,
porque no la rechazó con indignación como a una persona cuyos
pecados eran demasiado grandes para ser perdonados, porque no
demostró que comprendía que ella había caído, Simón estaba tentado
a pensar que él no era profeta. Jesús no sabe nada en cuanto a esta