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El Deseado de Todas las Gentes
aprecio de lo que había sido hecho en su favor. Claramente, aunque
con delicada cortesía, el Salvador aseguró a sus discípulos que su
corazón se apena cuando sus hijos dejan de mostrar su gratitud hacia
él con palabras y hechos de amor.
El que escudriña el corazón leyó el motivo que impulsó la acción
de María, y vió también el espíritu que inspiró las palabras de Simón.
“¿Ves esta mujer?” le dijo él. Es una pecadora. “Por lo cual te digo
que sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; mas
al que se perdona poco, poco ama.”
La frialdad y el descuido de Simón para con el Salvador demos-
traban cuán poco apreciaba la merced que había recibido. Pensaba
que honraba a Jesús invitándole a su casa. Pero ahora se vió a sí
mismo como era en realidad. Mientras pensaba estar leyendo a su
Huésped, su Huésped estaba leyéndolo a él. Vió cuán verdadero
era el juicio de Cristo en cuanto a él. Su religión había sido un
manto farisaico. Había despreciado la compasión de Jesús. No le
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había reconocido como al representante de Dios. Mientras María
era una pecadora perdonada, él era un pecador no perdonado. La
severa norma de justicia que había deseado aplicar contra María le
condenaba a él.
Simón fué conmovido por la bondad de Jesús al no censurarle
abiertamente delante de los huéspedes. El no había sido tratado
como deseaba que María lo fuese. Vió que Jesús no quiso exponer
a otros su culpa, sino que, por una correcta exposición del caso,
trató de convencer su mente, y subyugar su corazón manifestando
benevolencia. Una denuncia severa hubiera endurecido el corazón
de Simón contra el arrepentimiento, pero una paciente admonición
le convenció de su error. Vió la magnitud de la deuda que tenía para
con su Señor. Su orgullo fué humillado, se arrepintió, y el orgulloso
fariseo llegó a ser un humilde y abnegado discípulo.
María había sido considerada como una gran pecadora, pero
Cristo conocía las circunstancias que habían formado su vida. El
hubiera podido extinguir toda chispa de esperanza en su alma, pero
no lo hizo. Era él quien la había librado de la desesperación y la
ruina. Siete veces ella había oído la reprensión que Cristo hiciera a
los demonios que dirigían su corazón y mente. Había oído su intenso
clamor al Padre en su favor. Sabía cuán ofensivo es el pecado para
su inmaculada pureza, y con su poder ella había vencido.