Página 519 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La fiesta en casa de Simón
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Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo
vió en María aptitudes para lo bueno. Vió los rasgos mejores de
su carácter. El plan de la redención ha investido a la humanidad
con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades debían
realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser participante de la naturaleza
divina. Aquella que había caído, y cuya mente había sido habitación
de demonios, fué puesta en estrecho compañerismo y ministerio con
el Salvador. Fué María la que se sentaba a sus pies y aprendía de
él. Fué María la que derramó sobre su cabeza el precioso ungüento,
y bañó sus pies con sus lágrimas. María estuvo junto a la cruz y
le siguió hasta el sepulcro. María fué la primera en ir a la tumba
después de su resurrección. Fué María la primera que proclamó al
Salvador resucitado.
Jesús conoce las circunstancias que rodean a cada alma. Tú
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puedes decir: Soy pecador, muy pecador. Puedes serlo; pero cuanto
peor seas, tanto más necesitas a Jesús. El no se aparta de ninguno que
llora contrito. No dice a nadie todo lo que podría revelar, pero ordena
a toda alma temblorosa que cobre aliento. Perdonará libremente a
todo aquel que acuda a él en busca de perdón y restauración.
Cristo podría encargar a los ángeles del cielo que derramen las
redomas de su ira sobre nuestro mundo, para destruir a aquellos que
están llenos de odio contra Dios. Podría limpiar este negro borrón de
su universo. Pero no lo hace. El está ahora junto al altar del incienso
presentando las oraciones de aquellos que desean su ayuda.
A las almas que se vuelven a él en procura de refugio, Jesús las
eleva por encima de las acusaciones y contiendas de las lenguas.
Ningún hombre ni ángel malo puede acusar a estas almas. Cristo
las une a su propia naturaleza divino-humana. Ellas están de pie
junto al gran Expiador del pecado, en la luz que procede del trono
de Dios. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más
aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios,
el que también intercede por nosotros.
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Eclesiastés 9:5, 6
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Efesios 5:2
.
1 Timoteo 5:10
.
Romanos 8:33, 34
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