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El Deseado de Todas las Gentes
niños su bondad y grandeza, especialmente en la forma en que se
revelaban en la ley divina y en la historia de Israel. Los cantos, las
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oraciones y las lecciones de las Escrituras debían adaptarse a los
intelectos en desarrollo. Los padres debían enseñar a sus hijos que
la ley de Dios es una expresión de su carácter, y que al recibir los
principios de la ley en el corazón, la imagen de Dios se grababa
en la mente y el alma. Gran parte de la enseñanza era oral; pero
los jóvenes aprendían también a leer los escritos hebreos; y podían
estudiar los pergaminos del Antiguo Testamento.
En los días de Cristo, el pueblo o ciudad que no hacía provisión
para la instrucción religiosa de los jóvenes, se consideraba bajo la
maldición de Dios. Sin embargo, la enseñanza había llegado a ser
formalista. La tradición había suplantado en gran medida a las Es-
crituras. La verdadera educación debía inducir a los jóvenes a que
“buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen.
Pero
los maestros judíos dedicaban su atención al ceremonial. Llenaban
las mentes de asuntos inútiles para el estudiante, que no podían ser
reconocidos en la escuela superior del cielo. La experiencia que se
obtiene por una aceptación personal de la Palabra de Dios, no tenía
cabida en su sistema educativo. Absortos en las ceremonias externas,
los alumnos no encontraban tiempo para pasar horas de quietud con
Dios. No oían su voz que hablaba al corazón. En su búsqueda de
conocimiento, se apartaban de la Fuente de la sabiduría. Los gran-
des hechos esenciales del servicio de Dios eran descuidados. Los
principios de la ley eran obscurecidos. Lo que se consideraba como
educación superior, era el mayor obstáculo para el desarrollo verda-
dero. Bajo la preparación que daban los rabinos, las facultades de la
juventud eran reprimidas. Su intelecto se paralizaba y estrechaba.
El niño Jesús no recibió instrucción en las escuelas de las sina-
gogas. Su madre fué su primera maestra humana. De labios de ella
y de los rollos de los profetas, aprendió las cosas celestiales. Las
mismas palabras que él había hablado a Israel por medio de Moisés,
le fueron enseñadas sobre las rodillas de su madre. Y al pasar de
la niñez a la adolescencia, no frecuentó las escuelas de los rabinos.
No necesitaba la instrucción que podía obtenerse de tales fuentes,
porque Dios era su instructor.
La pregunta hecha durante el ministerio del Salvador: “¿Cómo
sabe éste letras, no habiendo aprendido?
no indica que Jesús no
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