La niñez de Cristo
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sabía leer, sino meramente que no había recibido una educación
rabínica. Puesto que él adquirió saber como nosotros podemos ad-
quirirlo, su conocimiento íntimo de las Escrituras nos demuestra
cuán diligentemente dedicó sus primeros años al estudio de la Pa-
labra de Dios. Delante de él se extendía la gran biblioteca de las
obras de Dios. El que había hecho todas las cosas, estudió las leccio-
nes que su propia mano había escrito en la tierra, el mar y el cielo.
Apartado de los caminos profanos del mundo, adquiría conocimien-
to científico de la naturaleza. Estudiaba la vida de las plantas, los
animales y los hombres. Desde sus más tiernos años, fué dominado
por un propósito: vivió para beneficiar a otros. Para ello, hallaba
recursos en la naturaleza; al estudiar la vida de las plantas y de los
animales concebía nuevas ideas de los medios y modos de realizarlo.
Continuamente trataba de sacar de las cosas que veía ilustraciones
con las cuales presentar los vivos oráculos de Dios. Las parábolas
mediante las cuales, durante su ministerio, le gustaba enseñar sus
lecciones de verdad, demuestran cuán abierto estaba su espíritu a
la influencia de la naturaleza, y cómo había obtenido enseñanzas
espirituales de las cosas que le rodeaban en la vida diaria.
Así se revelaba a Jesús el significado de la Palabra y las obras
de Dios, mientras trataba de comprender la razón de las cosas que
veía. Le acompañaban los seres celestiales, y se gozaba cultivando
santos pensamientos y comuniones. Desde el primer destello de la
inteligencia, estuvo constantemente creciendo en gracia espiritual y
conocimiento de la verdad.
Todo niño puede aprender como Jesús. Mientras tratemos de
familiarizarnos con nuestro Padre celestial mediante su Palabra, los
ángeles se nos acercarán, nuestro intelecto se fortalecerá, nuestro
carácter se elevará y refinará. Llegaremos a ser más semejantes a
nuestro Salvador. Y mientras contemplemos la hermosura y grandio-
sidad de la naturaleza, nuestros afectos se elevarán a Dios. Mientras
el espíritu se prosterna asombrado, el alma se vigoriza poniéndose
en contacto con el ser infinito mediante sus obras. La comunión
con Dios por medio de la oración desarrolla las facultades menta-
les y morales, y las espirituales se fortalecen mientras cultivamos
pensamientos relativos a las cosas espirituales.
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La vida de Jesús estuvo en armonía con Dios. Mientras era
niño, pensaba y hablaba como niño; pero ningún vestigio de pecado