Página 521 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Tu rey viene
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la bestia y sentaron encima a su Maestro. En ocasiones anteriores,
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Jesús había viajado siempre a pie, y los discípulos se extrañaban al
principio de que decidiese ahora ir cabalgando. Pero la esperanza
nació en sus corazones al pensar gozosos que estaba por entrar en la
capital para proclamarse rey y hacer valer su autoridad real. Mientras
cumplían su diligencia, comunicaron sus brillantes esperanzas a los
amigos de Jesús y, despertando hasta lo sumo la expectativa del
pueblo, la excitación se extendió lejos y cerca.
Cristo seguía la costumbre de los judíos en cuanto a una entrada
real. El animal en el cual cabalgaba era el que montaban los reyes
de Israel, y la profecía había predicho que así vendría el Mesías a su
reino. No bien se hubo sentado sobre el pollino cuando una algazara
de triunfo hendió el aire. La multitud le aclamó como Mesías, como
su Rey. Jesús aceptaba ahora el homenaje que nunca antes había
permitido que se le rindiera, y los discípulos recibieron esto como
una prueba de que se realizarían sus gozosas esperanzas y le verían
establecerse en el trono. La multitud estaba convencida de que la
hora de su emancipación estaba cerca. En su imaginación, veía a
los ejércitos romanos expulsados de Jerusalén, y a Israel conver-
tido una vez más en nación independiente. Todos estaban felices
y alborozados; competían unos con otros por rendirle homenaje.
No podían exhibir pompa y esplendor exteriores, pero le tributaban
la adoración de corazones felices. Eran incapaces de presentarle
dones costosos, pero extendían sus mantos como alfombra en su
camino, y esparcían también en él ramas de oliva y palmas. No
podían encabezar la procesión triunfal con estandartes reales, pero
esparcían palmas, emblema natural de victoria, y las agitaban en alto
con sonoras aclamaciones y hosannas.
A medida que avanzaba, la multitud aumentaba continuamente
con aquellos que habían oído de la venida de Jesús y se apresuraban a
unirse a la procesión. Los espectadores se mezclaban continuamente
con la muchedumbre, y preguntaban: ¿Quién es éste? ¿Qué significa
toda esta conmoción? Todos habían oído hablar de Jesús y esperaban
que fuese a Jerusalén; pero sabían que había desalentado hasta
entonces todo esfuerzo que se hiciera para colocarle en el trono,
y se asombraban grandemente al saber que realmente era él. Se
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maravillaban de que se hubiese producido este cambio en Aquel que
había declarado que su reino no era de este mundo.