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El Deseado de Todas las Gentes
Esas voces son acalladas por un clamor de triunfo. Es muchas ve-
ces repetido por la ansiosa muchedumbre; es recogido por el pueblo
a gran distancia, y repercute en las colinas y los valles circunveci-
nos. Y ahora la procesión es engrosada por las muchedumbres de
Jerusalén. De las multitudes reunidas para asistir a la Pascua, miles
salen para dar la bienvenida a Jesús. Le saludan agitando palmas
y prorrumpiendo en cantos sagrados. Los sacerdotes hacen sonar
en el templo la trompeta para el servicio de la tarde, pero pocos
responden, y los gobernantes se dicen el uno al otro con alarma: “He
aquí, el mundo se va tras de él.”
Nunca antes en su vida terrenal había permitido Jesús una de-
mostración semejante. Previó claramente el resultado. Le llevaría
a la cruz. Pero era su propósito presentarse públicamente de esta
manera como el Redentor. Deseaba llamar la atención al sacrificio
que había de coronar su misión en favor de un mundo caído. Mien-
tras el pueblo estaba reunido en Jerusalén para celebrar la Pascua,
él, el verdadero Cordero de Dios representado por los sacrificios
simbólicos, se puso aparte como una oblación. Iba a ser necesario
que su iglesia, en todos los siglos subsiguientes, hiciese de su muerte
por los pecados del mundo un asunto de profunda meditación y
estudio. Cada hecho relacionado con ella debía comprobarse fuera
de toda duda. Era necesario, entonces, que los ojos de todo el pueblo
se dirigieran ahora a él; los sucesos precedentes a su gran sacrifi-
cio debían ser tales que llamasen la atención al sacrificio mismo.
Después de una demostración como la que acompañó a su entrada
triunfal en Jerusalén, todos los ojos seguirían su rápido avance hacia
la escena final.
Los sucesos relacionados con la cabalgata triunfal iban a ser
el tema de cada lengua, y pondrían a Jesús en todo pensamiento.
Después de su crucifixión, muchos recordarían estos sucesos en
relación con su proceso y muerte. Serían inducidos a escudriñar las
profecías y se convencerían de que Jesús era el Mesías; y en todos
los países los conversos a la fe se multiplicarían.
En esta escena de triunfo de su vida terrenal, el Salvador pudiera
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haber aparecido escoltado por ángeles celestiales y anunciado por la
trompeta de Dios; pero una demostración tal hubiera sido contraria
al propósito de su misión, contraria a la ley que había gobernado
su vida. El permaneció fiel a la humilde suerte que había aceptado.