Página 530 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 64—Un pueblo condenado
Este capítulo está basado en Marcos 11:11-14, 20, 21; Mateo
21:17-19.
La entrada triunfal de Cristo en Jerusalén era una débil represen-
tación de su venida en las nubes del cielo con poder y gloria, entre
el triunfo de los ángeles y el regocijo de los santos. Entonces se
cumplirán las palabras de Cristo a los sacerdotes y fariseos: “Desde
ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el
nombre del Señor.
En visión profética se le mostró a Zacarías ese
día de triunfo final; y él contempló también la condenación de aque-
llos que rechazaron a Cristo en su primer advenimiento: “Mirarán a
mí, a quien traspasaron, y harán llanto sobre él, como llanto sobre
unigénito, afligiéndose sobre él como quien se aflige sobre primogé-
nito.
Cristo previó esta escena cuando contempló la ciudad y lloró
sobre ella. En la ruina temporal de Jerusalén, vió la destrucción final
de aquel pueblo culpable de derramar la sangre del Hijo de Dios.
Los discípulos veían el odio de los judíos por Cristo, pero no
veían adónde los conduciría. No comprendían todavía la verdadera
condición de Israel, ni la retribución que iba a caer sobre Jerusalén.
Cristo se lo reveló mediante una significativa lección objetiva.
La última súplica a Jerusalén había sido hecha en vano. Los
sacerdotes y gobernantes habían oído la antigua voz profética reper-
cutir en la multitud en respuesta a la pregunta: “¿Quién es éste?” pero
no la aceptaban como voz inspirada. Con ira y asombro, trataron de
acallar a la gente. Había funcionarios romanos en la muchedumbre,
y ante éstos denunciaron sus enemigos a Jesús como el cabecilla de
una rebelión. Le acusaron de querer apoderarse del templo y reinar
como rey en Jerusalén.
Pero la serena voz de Jesús acalló por un momento la muche-
dumbre clamorosa al declarar que no había venido para establecer
un reino temporal; pronto iba a ascender a su Padre, y sus acu-
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sadores no le verían más hasta que volviese en gloria. Entonces,
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