Un pueblo condenado
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todo recurso. Al rechazar las amonestaciones del Espíritu de Dios,
Israel había rechazado el único medio de auxilio. No había otro
poder por el cual pudiese ser libertado.
La nación judía era un símbolo de las personas que en todo tiem-
po desprecian las súplicas del amor infinito. Las lágrimas vertidas
por Cristo cuando lloró sobre Jerusalén fueron derramadas por los
pecados de todos los tiempos. En los juicios pronunciados sobre Is-
rael, los que rechazan las reprensiones y amonestaciones del Espíritu
Santo de Dios pueden leer su propia condenación.
En esta generación, muchos están siguiendo el mismo camino
que los judíos incrédulos. Han presenciado las manifestaciones del
poder de Dios; el Espíritu Santo ha hablado a su corazón; pero se
aferran a su incredulidad y resistencia. Dios les manda advertencias y
reproches, pero no están dispuestos a confesar sus errores, y rechazan
su mensaje y a sus mensajeros. Los mismos medios que él usa para
restaurarlos llegan a ser para ellos una piedra de tropiezo.
Los profetas de Dios eran aborrecidos por el apóstata Israel por-
que por su medio eran revelados los pecados secretos del pueblo.
Acab consideraba a Elías como su enemigo porque el profeta repren-
día fielmente las iniquidades secretas del rey. Así también hoy los
siervos de Cristo, los que reprenden el pecado, encuentran desprecios
y repulsas. La verdad bíblica, la religión de Cristo, lucha contra una
fuerte corriente de impureza moral. El prejuicio es aun más fuerte
en los corazones humanos ahora que en los días de Cristo. Jesús
no cumplía las expectativas de los hombres; su vida reprendía sus
pecados, y le rechazaron. Así también ahora la verdad de la Palabra
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de Dios no armoniza con las costumbres e inclinaciones naturales
de los hombres, y millares rechazan su luz. Impulsados por Satanás,
los hombres ponen en duda la Palabra de Dios y prefieren ejercer
su juicio independiente. Eligen las tinieblas antes que la luz, pero lo
hacen con peligro de su propia alma. Los que cavilaban acerca de las
palabras de Cristo encontraban siempre mayor causa de cavilación
hasta que se apartaron de la verdad y la vida. Así sucede ahora. Dios
no se propone suprimir toda objeción que el corazón carnal pueda
presentar contra la verdad. Para los que rechazan los preciosos rayos
de luz que iluminarían las tinieblas, los misterios de la Palabra de
Dios lo serán siempre. La verdad se les oculta. Andan ciegamente y
no conocen la ruina que les espera.