Página 537 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 65—Cristo purifica de nuevo el templo
Este capítulo está basado en Mateo 21:12-16, 23-46; Marcos
11:15-19, 27-33; 12:1-12; Lucas 19:45-48; 20:1-19.
Al comenzar su ministerio, Cristo había echado del templo a
los que lo contaminaban con su tráfico profano; y su porte severo
y semejante al de Dios había infundido terror al corazón de los
maquinadores traficantes. Al final de su misión, vino de nuevo al
templo y lo halló tan profanado como antes. El estado de cosas era
peor aún que entonces. El atrio exterior del templo parecía un amplio
corral de ganado. Con los gritos de los animales y el ruido metálico
de las monedas, se mezclaba el clamoreo de los airados altercados de
los traficantes, y en medio de ellos se oían las voces de los hombres
ocupados en los sagrados oficios. Los mismos dignatarios del templo
se ocupaban en comprar y vender y en cambiar dinero. Estaban tan
completamente dominados por su afán de lucrar, que a la vista de
Dios no eran mejores que los ladrones.
Los sacerdotes y gobernantes consideraban liviana cosa la so-
lemnidad de la obra que debían realizar. En cada Pascua y fiesta de
las cabañas, se mataban miles de animales, y los sacerdotes reco-
gían la sangre y la derramaban sobre el altar. Los judíos se habían
familiarizado con el ofrecimiento de la sangre hasta perder casi de
vista el hecho de que era el pecado el que hacía necesario todo este
derramamiento de sangre de animales. No discernían que prefigu-
raba la sangre del amado Hijo de Dios, que había de ser derramada
para la vida del mundo, y que por el ofrecimiento de los sacrificios
los hombres habían de ser dirigidos al Redentor crucificado.
Jesús miró las inocentes víctimas de los sacrificios, y vió cómo
los judíos habían convertido estas grandes convocaciones en escenas
de derramamiento de sangre y crueldad. En lugar de sentir humilde
arrepentimiento del pecado, habían multiplicado los sacrificios de
animales, como si Dios pudiera ser honrado por un servicio que no
nacía del corazón. Los sacerdotes y gobernantes habían endurecido
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