Página 540 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
sus alabanzas. Repetían los hosannas del día anterior y agitaban
triunfalmente palmas ante el Salvador. En el templo, repercutían re-
petidas veces sus aclamaciones: “Bendito el que viene en nombre de
Jehová.” “He aquí, tu rey vendrá a ti, justo y salvador.
“¡Hosanna
al Hijo de David!”
Oír estas voces libres y felices ofendía a los gobernantes del tem-
plo, quienes decidieron poner coto a esas demostraciones. Dijeron
al pueblo que la casa de Dios era profanada por los pies de los niños
y los gritos de regocijo. Al notar que sus palabras no impresionaban
al pueblo, los gobernantes recurrieron a Cristo: “¿Oyes lo que és-
tos dicen? Y Jesús les dice: Sí: ¿nunca leísteis: De la boca de los
niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” La profecía
había predicho que Cristo sería proclamado rey, y esa predicción
debía cumplirse. Los sacerdotes y gobernantes de Israel rehusaron
proclamar su gloria, y Dios indujo a los niños a ser sus testigos. Si
las voces de los niños hubiesen sido acalladas, las mismas columnas
del templo habrían pregonado las alabanzas del Salvador.
Los fariseos estaban enteramente perplejos y desconcertados.
Uno a quien no podían intimidar ejercía el mando. Jesús había se-
ñalado su posición como guardián del templo. Nunca antes había
asumido esa clase de autoridad. Nunca antes habían tenido sus pala-
bras y obras tan gran poder. El había efectuado obras maravillosas
en toda Jerusalén, pero nunca antes de una manera tan solemne e
impresionante. En presencia del pueblo que había sido testigo de sus
obras maravillosas, los sacerdotes y gobernantes no se atrevieron a
manifestarle abierta hostilidad. Aunque airados y confundidos por
su respuesta, fueron incapaces de realizar cualquier cosa adicional
ese día.
A la mañana siguiente, el Sanedrín consideró de nuevo qué con-
ducta debía adoptar para con Jesús. Tres años antes, habían exigido
una señal de su carácter mesiánico. Desde aquella ocasión, él había
realizado obras poderosas por todo el país. Había sanado a los en-
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fermos, alimentado milagrosamente a miles de personas, caminado
sobre las olas y aquietado el mar agitado. Había leído repetidas veces
los corazones como un libro abierto; había expulsado a los demo-
nios y resucitado muertos. Antes los gobernantes le habían pedido
evidencias de su carácter de Mesías. Ahora decidieron exigirle, no