Cristo purifica de nuevo el templo
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una señal de su autoridad, sino alguna admisión o declaración por la
cual pudiera ser condenado.
Yendo al templo donde estaba él enseñando, le preguntaron:
“¿Con qué autoridad haces esto? ¿y quién te dió esta autoridad?”
Esperaban que afirmase que su autoridad procedía de Dios. Se propo-
nían negar un aserto tal. Pero Jesús les hizo frente con una pregunta
que al parecer concernía a otro asunto e hizo depender su respuesta a
ellos de que contestaran esa pregunta. “El bautismo de Juan—dijo,—
¿de dónde era? ¿del cielo, o de los hombres?”
Los sacerdotes vieron que estaban en un dilema del cual ningún
sofisma los podía sacar. Si decían que el bautismo de Juan era del
cielo, se pondría de manifiesto su inconsecuencia. Cristo les diría:
¿Por qué entonces no creísteis en él? Juan había testificado de Cristo:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Si
los sacerdotes creían el testimonio de Juan, ¿cómo podían negar que
Cristo fuese el Mesías? Si declaraban su verdadera creencia, que el
ministerio de Juan era de los hombres, iban a provocar una tormenta
de indignación, porque el pueblo creía que Juan era profeta.
La multitud esperaba la decisión con intenso interés. Sabían
que los sacerdotes habían profesado aceptar el ministerio de Juan, y
esperaban que reconocieran sin reservas que era enviado de Dios.
Pero después de consultarse secretamente, los sacerdotes decidieron
no comprometerse. Simulando ignorancia, dijeron hipócritamente:
“No sabemos.” “Ni yo os digo con qué autoridad hago esto,” dijo
Jesús.
Los escribas, sacerdotes y gobernantes fueron reducidos todos al
silencio. Desconcertados y chasqueados, permanecieron cabizbajos,
sin atreverse a dirigir más preguntas a Jesús. Por su cobardía e
indecisión habían perdido en gran medida el respeto del pueblo, que
observaba y se divertía al ver derrotados a esos hombres orgullosos
y henchidos de justicia propia.
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Todos los dichos y hechos de Cristo eran importantes, y su
influencia había de sentirse con intensidad que iría en aumento
después de su crucifixión y ascensión. Muchos de los que habían
aguardado ansiosamente el resultado de las preguntas de Jesús,
serían finalmente sus discípulos, atraídos a él por sus palabras de
aquel día lleno de acontecimientos. Nunca se desvanecería de sus
mentes la escena ocurrida en el atrio del templo. El contraste entre