Página 542 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Jesús y el sumo sacerdote mientras hablaron juntos era notable. El
orgulloso dignatario del templo estaba vestido con ricas y costosas
vestimentas. Sobre la cabeza tenía una tiara reluciente. Su porte era
majestuoso; su cabello y su larga barba flotante estaban plateados
por los años. Su apariencia infundía terror a los espectadores. Ante
este augusto personaje estaba la Majestad del cielo, sin adornos ni
ostentación. En sus vestiduras había manchas del viaje; su rostro
estaba pálido y expresaba una paciente tristeza; pero se notaban
allí una dignidad y benevolencia que contrastaban extrañamente
con el orgullo, la confianza propia y el semblante airado del sumo
sacerdote. Muchos de los que oyeron las palabras y vieron los hechos
de Jesús en el templo, le tuvieron desde entonces por profeta de Dios.
Pero mientras el sentimiento popular se inclinaba a Jesús, el odio
de los sacerdotes hacia él aumentaba. La sabiduría por la cual había
rehuído las trampas que le tendieran era una nueva evidencia de su
divinidad y añadía pábulo a su ira.
En su debate con los rabinos, no era el propósito de Cristo humi-
llar a sus contrincantes. No se alegraba de verlos en apuros. Tenía
una importante lección que enseñar. Había mortificado a sus enemi-
gos permitiéndoles caer en la red que le habían tendido. Al reconocer
ellos su ignorancia en cuanto al carácter de Juan el Bautista, dieron
a Jesús oportunidad de hablar, y él la aprovechó presentándoles su
verdadera condición y añadiendo otras amonestaciones a las muchas
ya dadas.
“¿Qué os parece?—dijo:—Un hombre tenía dos hijos, y llegando
al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y respondiendo
él, dijo: No quiero; mas después arrepentido, fué. Y llegando al otro,
le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Yo, Señor, voy.
Y no fué. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”
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Esta abrupta pregunta sorprendió a sus oyentes. Habían seguido
de cerca la parábola, y respondieron inmediatamente: “El primero.”
Fijando en ellos firmemente sus ojos, Jesús respondió con acento
severo y solemne: “De cierto os digo, que los publicanos y las
rameras os van delante al reino de Dios. Porque vino a vosotros
Juan en camino de justicia, y no le creísteis; y los publicanos y las
rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis
después para creerle.”