Cristo purifica de nuevo el templo
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Los sacerdotes y gobernantes no podían dar sino una respuesta
correcta a la pregunta de Cristo, y así obtuvo él su opinión en favor
del primer hijo. Este representaba a los publicanos, que eran des-
preciados y odiados por los fariseos. Los publicanos habían sido
groseramente inmorales. Habían sido en verdad transgresores de
la ley de Dios y mostrado en sus vidas una resistencia absoluta a
sus requerimientos. Habían sido ingratos y profanos; cuando se les
pidió que fueran a trabajar en la viña del Señor, habían dado una
negativa desdeñosa. Pero cuando vino Juan, predicando el arrepenti-
miento y el bautismo, los publicanos recibieron su mensaje y fueron
bautizados.
El segundo hijo representaba a los dirigentes de la nación judía.
Algunos de los fariseos se habían arrepentido y recibido el bautismo
de Juan; pero los dirigentes no quisieron reconocer que él había
venido de Dios. Sus amonestaciones y denuncias no los habían
inducido a reformarse. Ellos “desecharon el consejo de Dios contra
sí mismos, no siendo bautizados de él.” Trataron su mensaje con
desdén. Como el segundo hijo, que cuando fué llamado dijo: “Yo,
señor, voy” pero no fué, los sacerdotes y gobernantes profesaban
obediencia, pero desobedecían. Hacían gran profesión de piedad,
aseveraban acatar la ley de Dios, pero prestaban solamente una falsa
obediencia. Los publicanos eran denunciados y anatematizados por
los fariseos como infieles; pero demostraban por su fe y sus obras
que iban al reino de los cielos delante de aquellos hombres llenos de
justicia propia, a los cuales se les había dado gran luz, pero cuyas
obras no correspondían a su profesión de piedad.
Los sacerdotes y gobernantes no estaban dispuestos a soportar
estas verdades escudriñadoras. Sin embargo, guardaron silencio,
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esperando que Jesús dijese algo que pudieran usar contra él; pero
habían de soportar aun más.
“Oíd otra parábola—dijo Cristo:—Fué un hombre, padre de
familia, el cual plantó una viña; y la cercó de vallado, y cavó en ella
un lagar, y edificó una torre, y la dió a renta a labradores, y se partió
lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a
los labradores, para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores,
tomando a los siervos, al uno hirieron, y al otro mataron, y al otro
apedrearon. Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e
hicieron con ellos de la misma manera. Y a la postre les envió su