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El Deseado de Todas las Gentes
Los saduceos estaban resueltos a desacreditar esta enseñanza.
Al buscar una controversia con Jesús, confiaban en que arruinarían
su reputación, aun cuando no pudiesen obtener su condenación. La
resurrección fué el tema acerca del cual decidieron interrogarle.
En caso de manifestarse de acuerdo con ellos, iba a ofender aun
más a los fariseos. Si difiriese de su parecer, se proponían poner su
enseñanza en ridículo.
Los saduceos razonaban que si el cuerpo se ha de componer
en su estado inmortal de las mismas partículas de materia que en
su estado mortal, entonces cuando resucite de los muertos, tendrá
que tener carne y sangre, y reasumir en el mundo eterno la vida
interrumpida en la tierra. En tal caso, concluían que las relaciones
terrenales se reanudarían, el esposo y la esposa volverían a unirse, se
consumarían los matrimonios, y todas las cosas irían como antes de
la muerte, perpetuándose en la vida futura las fragilidades y pasiones
de esta vida.
En respuesta a sus preguntas, Jesús alzó el velo de la vida futura.
“En la resurrección—dijo,—ni los hombres tomarán mujeres, ni las
mujeres maridos; mas son como los ángeles de Dios en el cielo.”
Demostró que los saduceos estaban equivocados en su creencia. Sus
premisas eran falsas. “Erráis—añadió,—ignorando las Escrituras y
el poder de Dios.” No los acusó, como había acusado a los fariseos,
de hipocresía, sino de error en sus creencias.
Los saduceos se habían lisonjeado de que entre todos los hom-
bres eran los que se adherían más estrictamente a las Escrituras.
Pero Jesús demostró que no conocían su verdadero significado. Este
conocimiento debe ser grabado en el corazón por la iluminación del
Espíritu Santo. Su ignorancia de las Escrituras y del poder de Dios,
declaró él, eran causa de la confusión de su fe y de las tinieblas
mentales en que se hallaban. Trataban de abarcar los misterios de
Dios con su raciocinio finito. Cristo los invitó a abrir sus mentes
a las verdades sagradas que ampliarían y fortalecerían el entendi-
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miento. Millares se vuelven incrédulos porque sus mentes finitas no
pueden comprender los misterios de Dios. No pueden explicar la
maravillosa manifestación del poder divino en sus providencias, y
por lo tanto rechazan las evidencias de un poder tal, atribuyéndolas
a los agentes naturales que les son aun más difíciles de comprender.
La única clave de los misterios que nos rodean consiste en reconocer