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El Deseado de Todas las Gentes
Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás pues al Señor tu Dios
de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de
todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento.” El segundo
es semejante al primero, dijo Cristo; porque se desprende de él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento
mayor que éstos.” “De estos dos mandamientos depende toda la ley
y los profetas.”
Los primeros cuatro mandamientos del Decálogo están resumi-
dos en el primer gran precepto: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu
corazón.” Los últimos seis están incluídos en el otro: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos son la expresión
del principio del amor. No se puede guardar el primero y violar el
segundo, ni se puede guardar el segundo mientras se viola el prime-
ro. Cuando Dios ocupe en el trono del corazón su lugar legítimo,
nuestro prójimo recibirá el lugar que le corresponde. Le amaremos
como a nosotros mismos. Únicamente cuando amemos a Dios en
forma suprema, será posible amar a nuestro prójimo imparcialmente.
Y puesto que todos los mandamientos están resumidos en el amor
a Dios y al prójimo, se sigue que ningún precepto puede quebrantarse
sin violar este principio. Así enseñó Cristo a sus oyentes que la
ley de Dios no consiste en cierto número de preceptos separados,
algunos de los cuales son de gran importancia, mientras otros tienen
poca y pueden ignorarse con impunidad. Nuestro Señor presenta los
primeros cuatro y los últimos seis mandamientos como un conjunto
divino, y enseña que el amor a Dios se manifestará por la obediencia
a todos sus mandamientos.
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El escriba que había interrogado a Jesús estaba bien instruído en
la ley y se asombró de sus palabras. No esperaba que manifestase un
conocimiento tan profundo y cabal de las Escrituras. Obtuvo una vi-
sión más amplia de los principios básicos de los preceptos sagrados.
Delante de los sacerdotes y gobernantes congregados, reconoció
honradamente que Cristo había dado la debida interpretación a la
ley, diciendo:
“Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro
fuera de él; y que amarle de todo corazón, y de todo entendimiento,
y de toda el alma, y de todas las fuerzas, y amar al prójimo como a
sí mismo, más es que todos los holocaustos y sacrificios.”