Página 563 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Ayes sobre los fariseos
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tiempo hacen alta profesión de piedad. Su vida está manchada de
egoísmo y avaricia, pero arrojan sobre ella un manto de aparente pu-
reza, y así por un tiempo engañan a sus semejantes, Pero no pueden
engañar a Dios. El lee todo propósito del corazón, y juzgará a cada
uno según sus obras.
Cristo no escatimó la condenación de los abusos, pero se esmeró
en no reducir las obligaciones. Reprendió el egoísmo que extorsiona-
ba y aplicaba mal los donativos de la viuda. Al mismo tiempo, alabó
a la viuda que había traído su ofrenda a la tesorería de Dios. El abuso
que hacía el hombre del donativo no podía desviar la bendición que
Dios concedía a la dadora.
Jesús estaba en el atrio donde se hallaban los cofres del tesoro,
y miraba a los que venían para depositar sus donativos. Muchos
de los ricos traían sumas elevadas, que presentaban con gran os-
tentación. Jesús los miraba tristemente, pero sin hacer comentario
acerca de sus ingentes ofrendas. Luego su rostro se iluminó al ver
a una pobre viuda acercarse con vacilación, como temerosa de ser
observada. Mientras los ricos y altaneros pasaban para depositar sus
ofrendas, ella vacilaba como si no se atreviese a ir más adelante. Y
sin embargo, anhelaba hacer algo, por poco que fuese, en favor de
la causa que amaba. Miraba el donativo que tenía en la mano. Era
muy pequeño en comparación con los que traían aquellos que la
rodeaban, pero era todo lo que tenía. Aprovechando su oportunidad,
echó apresuradamente sus dos blancas y se dió vuelta para irse. Pero
al hacerlo, notó que la mirada de Jesús se fijaba con fervor en ella.
El Salvador llamó a sí a sus discípulos, y les pidió que notasen la
pobreza de la viuda. Entonces sus palabras de elogio cayeron en los
oídos de ella: “De verdad os digo, que esta pobre viuda echó más
que todos.” Lágrimas de gozo llenaron sus ojos al sentir que su acto
era comprendido y apreciado. Muchos le habrían aconsejado que
guardase su pitanza para su propio uso. Puesto en las manos de los
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bien alimentados sacerdotes, se perdería de vista entre los muchos y
costosos donativos traídos a la tesorería. Pero Jesús comprendía el
motivo de ella. Ella creía que el servicio del templo era ordenado por
Dios, y anhelaba hacer cuanto pudiese para sostenerlo. Hizo lo que
pudo, y su acto había de ser un monumento a su memoria para todos
los tiempos, y su gozo en la eternidad. Su corazón acompañó a su
donativo, cuyo valor se había de estimar, no por el de la moneda, sino