Página 562 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
ningún hombre un título de honor que indicase su dominio de la
conciencia y la fe.
Si Cristo estuviese en la tierra hoy rodeado por aquellos que
llevan el título de “Reverendo” o “Reverendísimo,” ¿no repetiría su
aserto: “Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro,
el Cristo”? La Escritura declara acerca de Dios: “Santo y terrible
[reverendo, en inglés] es su nombre.
¿A qué ser humano cuadra un
título tal? Cuán poco revela el hombre de la sabiduría y justicia que
indica. Cuántos de los que asumen este título representan falsamente
el nombre y el carácter de Dios. ¡Ay, cuántas veces la ambición y el
despotismo mundanales y los pecados más viles han estado ocultos
bajo las bordadas vestiduras de un cargo alto y santo! El Salvador
continuó:
“El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que
se ensalzare, será humillado; y el que se humillare, será ensalzado.”
Repetidas veces Cristo había enseñado que la verdadera grandeza
se mide por el valor moral. En la estima del cielo, la grandeza de
carácter consiste en vivir para el bienestar de nuestros semejantes,
en hacer obras de amor y misericordia. Cristo, el Rey de gloria, fué
siervo del hombre caído.
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas!—dijo Jesús,—
porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; que ni
vosotros entráis, ni a los que están entrando dejáis entrar.” Pervir-
tiendo las Escrituras, los sacerdotes y doctores de la ley cegaban la
mente de aquellos que de otra manera habrían recibido un conoci-
miento del reino de Cristo y la vida interior y divina que es esencial
para la verdadera santidad.
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque coméis
las casas de las viudas, y por pretexto hacéis larga oración: por esto
llevaréis más grave juicio.” Los fariseos ejercían gran influencia
sobre la gente, y la aprovechaban para servir sus propios intere-
ses. Conquistaban la confianza de viudas piadosas, y les indicaban
que era su deber dedicar su propiedad a fines religiosos. Habiendo
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conseguido el dominio de su dinero, los astutos maquinadores lo
empleaban para su propio beneficio. Para cubrir su falta de honradez,
ofrecían largas oraciones en público y hacían gran ostentación de
piedad, Cristo declaró que esta hipocresía les atraería mayor con-
denación. La misma reprensión cae sobre muchos que en nuestro