Página 565 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Ayes sobre los fariseos
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miles de corazones en todo país, en toda época. Ha impresionado
tanto a ricos como a pobres, y sus ofrendas han aumentado el valor
de su donativo. La bendición de Dios sobre las blancas de la viuda
ha hecho de ellas una fuente de grandes resultados. Así también
sucede con cada don entregado y todo acto realizado con un sincero
deseo de glorificar a Dios. Está vinculado con los propósitos de la
Omnipotencia. Nadie puede medir sus resultados para el bien.
El Salvador continuó denunciando a los escribas y fariseos: “¡Ay
de vosotros, guías ciegos! que decís: Cualquiera que jurare por el
templo es nada; mas cualquiera que jurare por el oro del templo,
deudor es. ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el
templo que santifica al oro? Y: Cualquiera que jurare por el altar,
es nada; mas cualquiera que jurare por el presente que está sobre
él, deudor es. ¡Necios y ciegos! porque, ¿cuál es mayor, el presente,
o el altar que santifica al presente?” Los sacerdotes interpretaban
los requerimientos de Dios según su propia norma falsa y estrecha.
Presumían de hacer delicadas distinciones en cuanto a la culpa com-
parativa de diversos pecados, pasando ligeramente sobre algunos,
y tratando a otros, que eran tal vez de menor consecuencia, como
imperdonables. Por cierta consideración pecuniaria, dispensaban a
las personas de sus votos. Y por grandes sumas de dinero, pasaban a
veces por alto crímenes graves. Al mismo tiempo, estos sacerdotes y
gobernantes pronunciaban en otros casos severos juicios por ofensas
triviales.
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque diez-
máis la menta y el eneldo y el comino, y dejasteis lo que es lo más
grave de la ley, es a saber, el juicio y la misericordia y la fe: esto
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era menester hacer, y no dejar lo otro.” En estas palabras Cristo
vuelve a condenar el abuso de la obligación sagrada. No descarta
la obligación misma. El sistema del diezmo era ordenado por Dios
y había sido observado desde los tiempos más remotos. Abrahán,
padre de los fieles, pagó diezmo de todo lo que poseía. Los gober-
nantes judíos reconocían la obligación de pagar diezmo, y eso estaba
bien; pero no dejaban a la gente libre para ejecutar sus propias con-
vicciones del deber. Habían trazado reglas arbitrarias para cada caso.
Los requerimientos habían llegado a ser tan complicados que era
imposible cumplirlos. Nadie sabía cuándo sus obligaciones estaban