Página 566 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
satisfechas. Como Dios lo dió, el sistema era justo y razonable, pero
los sacerdotes y rabinos habían hecho de él una carga pesada.
Todo lo que Dios ordena tiene importancia. Cristo reconoció
que el pago del diezmo es un deber; pero demostró que no podía
disculpar la negligencia de otros deberes. Los fariseos eran muy
exactos en diezmar las hierbas del jardín como la menta, el anís y el
comino; esto les costaba poco, y les daba reputación de meticulosos
y santos. Al mismo tiempo, sus restricciones inútiles oprimían a
la gente y destruían el respeto por el sistema sagrado ideado por
Dios mismo. Ocupaban la mente de los hombres con distinciones
triviales y apartaban su atención de las verdades esenciales. Los
asuntos más graves de la ley: la justicia, la misericordia y la verdad,
eran descuidados. “Esto—dijo Cristo,—era menester hacer, y no
dejar lo otro.”
Otras leyes habían sido pervertidas igualmente por los rabinos.
En las instrucciones dadas por medio de Moisés, se prohibía comer
cosa inmunda. El consumo de carne de cerdo y de ciertos otros ani-
males estaba prohibido, porque podían llenar la sangre de impurezas
y acortar la vida. Pero los fariseos no dejaban estas restricciones
como Dios las había dado. Iban a extremos injustificados. Entre
otras cosas, exigían a la gente que colase toda el agua que bebiese,
por si acaso contuviese el menor insecto capaz de ser clasificado
entre los animales inmundos. Jesús, contrastando estas exigencias
triviales con la magnitud de sus pecados reales, dijo a los fariseos:
“¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, mas tragáis el camello!”
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque sois
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semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera, a la verdad, se
muestran hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de muertos
y de toda suciedad.” Como la tumba blanqueada y hermosamente de-
corada ocultaba en su interior restos putrefactos, la santidad externa
de los sacerdotes y gobernantes ocultaba iniquidad. Jesús continuó:
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque edifi-
cáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de
los justos, y decís: Si fuéramos en los días de nuestros padres, no
hubiéramos sido sus compañeros en la sangre de los profetas. Así
que, testimonio dais a vosotros mismos, que sois hijos de aquellos
que mataron a los profetas.” A fin de manifestar su estima por los
profetas muertos, los judíos eran muy celosos en hermosear sus