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El Deseado de Todas las Gentes
mesas abundantemente provistas, yo sufría hambre en el tugurio o
la calle vacía. Mientras estabais cómodos en vuestro lujoso hogar,
yo no tenía dónde reclinar la cabeza. Mientras llenabais vuestros
guardarropas con ricos atavíos, yo estaba en la indigencia. Mientras
buscabais vuestros placeres, yo languidecía en la cárcel.
Cuando concedíais la pitanza de pan al pobre hambriento, cuan-
do les dabais esas delgadas ropas para protegerse de la mordiente
escarcha, ¿recordasteis que estabais dando al Señor de la gloria?
Todos los días de vuestra vida yo estuve cerca de vosotros en la
persona de aquellos afligidos, pero no me buscasteis. No trabasteis
compañerismo conmigo. No os conozco.
Muchos piensan que sería un gran privilegio visitar el escenario
de la vida de Cristo en la tierra, andar donde él anduvo, mirar el lago
en cuya orilla se deleitaba en enseñar y las colinas y valles en los
cuales sus ojos con tanta frecuencia reposaron. Pero no necesitamos
ir a Nazaret, Capernaúm y Betania para andar en las pisadas de Jesús.
Hallaremos sus huellas al lado del lecho del enfermo, en los tugurios
de los pobres, en las atestadas callejuelas de la gran ciudad, y en
todo lugar donde haya corazones humanos que necesiten consuelo.
Al hacer como Jesús hizo cuando estaba en la tierra, andaremos en
sus pisadas.
Todos pueden hallar algo que hacer. “Porque a los pobres siem-
pre los tenéis con vosotros,
dijo Jesús, y nadie necesita pensar que
no hay lugar donde pueda trabajar para él. Millones y millones de
almas humanas a punto de perecer, ligadas en cadenas de ignorancia
y pecado, no han oído ni siquiera hablar del amor de Cristo por ellas.
Si nuestra condición y la suya fuesen invertidas, ¿qué desearíamos
que ellas hiciesen por nosotros? Todo esto, en cuanto está a nuestro
alcance hacerlo, tenemos la más solemne obligación de hacerlo por
ellas. La regla de vida de Cristo, por la cual cada uno de nosotros
habrá de subsistir o caer en el juicio, es: “Todas las cosas que qui-
sierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced
vosotros con ellos.
El Salvador dió su vida preciosa para establecer una iglesia capaz
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de cuidar de las almas entristecidas y tentadas. Un grupo de creyentes
puede ser pobre, sin educación y desconocido; sin embargo, estando
en Cristo puede hacer en el hogar, el vecindario y la iglesia, y aun