Página 597 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Un siervo de siervos
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más alto, airaba tanto a los diez que el enajenamiento amenazaba
penetrar entre ellos. Consideraban que se los había juzgado mal,
y que su fidelidad y talentos no eran apreciados. Judas era el más
severo con Santiago y Juan.
Cuando los discípulos entraron en el aposento alto, sus corazones
estaban llenos de resentimiento. Judas se mantenía al lado de Cristo,
a la izquierda; Juan estaba a la derecha. Si había un puesto más alto
que los otros, Judas estaba resuelto a obtenerlo, y se pensaba que
este puesto era al lado de Cristo. Y Judas era traidor.
Se había levantado otra causa de disensión. Era costumbre, en
ocasión de una fiesta, que un criado lavase los pies de los huéspedes,
y en esa ocasión se habían hecho preparativos para este servicio. La
jarra, el lebrillo y la toalla estaban allí, listos para el lavamiento de
los pies; pero no había siervo presente, y les tocaba a los discípulos
cumplirlo. Pero cada uno de los discípulos, cediendo al orgullo heri-
do, resolvió no desempeñar el papel de siervo. Todos manifestaban
una despreocupación estoica, al parecer inconscientes de que les
tocaba hacer algo. Por su silencio, se negaban a humillarse.
¿Cómo iba Cristo a llevar a estas pobres almas adonde Satanás
no pudiese ganar sobre ellas una victoria decisiva? ¿Cómo podría
mostrarles que el mero profesar ser discípulos no los hacía discípu-
los, ni les aseguraba un lugar en su reino? ¿Cómo podría mostrarles
que es el servicio amante y la verdadera humildad lo que constituye
la verdadera grandeza? ¿Cómo habría de encender el amor en su
corazón y habilitarlos para entender lo que anhelaba explicarles?
Los discípulos no hacían ningún ademán de servirse unos a
otros. Jesús aguardó un rato para ver lo que iban a hacer. Luego
él, el Maestro divino, se levantó de la mesa. Poniendo a un lado
el manto exterior que habría impedido sus movimientos, tomó una
toalla y se ciñó. Con sorprendido interés, los discípulos miraban,
y en silencio esperaban para ver lo que iba a seguir. “Luego puso
agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a
limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido.” Esta acción abrió
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los ojos de los discípulos. Amarga vergüenza y humillación llenaron
su corazón. Comprendieron el mudo reproche, y se vieron desde un
punto de vista completamente nuevo.
Así expresó Cristo su amor por sus discípulos. El espíritu egoísta
de ellos le llenó de tristeza, pero no entró en controversia con ellos