Un siervo de siervos
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exclamó con asombro: “¿Señor, tú me lavas los pies?” La condescen-
dencia de Cristo quebrantó su corazón. Se sintió lleno de vergüenza
al pensar que ninguno de los discípulos cumplía este servicio. “Lo
que yo hago—dijo Cristo,—tú no entiendes ahora; mas lo enten-
derás después.” Pedro no podía soportar el ver a su Señor, a quien
creía ser Hijo de Dios, desempeñar un papel de siervo. Toda su alma
se rebelaba contra esta humillación. No comprendía que para esto
había venido Cristo al mundo. Con gran énfasis, exclamó: “¡No me
lavarás los pies jamás!”
Solemnemente, Cristo dijo a Pedro: “Si no te lavare, no tendrás
parte conmigo.” El servicio que Pedro rechazaba era figura de una
purificación superior. Cristo había venido para lavar el corazón de la
mancha del pecado. Al negarse a permitir a Cristo que le lavase los
pies, Pedro rehusaba la purificación superior incluída en la inferior.
Estaba realmente rechazando a su Señor. No es humillante para el
Maestro que le dejemos obrar nuestra purificación. La verdadera
humildad consiste en recibir con corazón agradecido cualquier pro-
visión hecha en nuestro favor, y en prestar servicio para Cristo con
fervor.
Al oír las palabras, “si no te lavare, no tendrás parte conmigo,”
Pedro renunció a su orgullo y voluntad propia. No podía soportar
el pensamiento de estar separado de Cristo; habría significado la
muerte para él. “No sólo mis pies—dijo,—mas aun las manos y la
cabeza. Dícele Jesús: El que está lavado, no necesita sino que lave
los pies, mas está todo limpio.”
Estas palabras significaban más que la limpieza corporal. Cristo
estaba hablando todavía de la purificación superior ilustrada por la
inferior. El que salía del baño, estaba limpio, pero los pies calzados
de sandalias se cubrían pronto de polvo, y volvían a necesitar que se
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los lavase. Así también Pedro y sus hermanos habían sido lavados
en la gran fuente abierta para el pecado y la impureza. Cristo los
reconocía como suyos. Pero la tentación los había inducido al mal,
y necesitaban todavía su gracia purificadora. Cuando Jesús se ciñó
con una toalla para lavar el polvo de sus pies, deseó por este mismo
acto lavar el enajenamiento, los celos y el orgullo de sus corazones.
Esto era mucho más importante que lavar sus polvorientos pies. Con
el espíritu que entonces manifestaban, ninguno de ellos estaba pre-
parado para tener comunión con Cristo. Hasta que fuesen puestos en