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El Deseado de Todas las Gentes
Este rito es la preparación indicada por Cristo para el servicio
sacramental. Mientras se alberga orgullo y divergencia y se contiende
por la supremacía, el corazón no puede entrar en comunión con
Cristo. No estamos preparados para recibir la comunión de su cuerpo
y su sangre. Por esto, Jesús indicó que se observase primeramente la
ceremonia conmemorativa de su humillación.
Al llegar a este rito, los hijos de Dios deben recordar las palabras
del Señor de vida y gloria: “¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros
me llamáis, Maestro, y, Señor: y decís bien; porque lo soy. Pues si
yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también
debéis lavar los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado,
para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto,
de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol
es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados
seréis si las hiciereis.” Hay en el hombre una disposición a estimarse
más que a su hermano, a trabajar para sí, a buscar el puesto más
alto; y con frecuencia esto produce malas sospechas y amargura
de espíritu. El rito que precede a la cena del Señor, está destinado
a aclarar estos malentendidos, a sacar al hombre de su egoísmo, a
bajarle de sus zancos de exaltación propia y darle la humildad de
corazón que le inducirá a servir a su hermano.
El santo Vigilante del cielo está presente en estos momentos
para hacer de ellos momentos de escrutinio del alma, de convicción
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del pecado y de bienaventurada seguridad de que los pecados están
perdonados. Cristo, en la plenitud de su gracia, está allí para cambiar
la corriente de los pensamientos que han estado dirigidos por cauces
egoístas. El Espíritu Santo despierta las sensibilidades de aquellos
que siguen el ejemplo de su Señor. Al ser recordada así la humilla-
ción del Salvador por nosotros, los pensamientos se vinculan con los
pensamientos; se evoca una cadena de recuerdos de la gran bondad
de Dios y del favor y ternura de los amigos terrenales. Se recuerdan
las bendiciones olvidadas, las mercedes de las cuales se abusó, las
bondades despreciadas. Quedan puestas de manifiesto las raíces
de amargura que habían ahogado la preciosa planta del amor. Los
defectos del carácter, el descuido de los deberes, la ingratitud hacia
Dios, la frialdad hacia nuestros hermanos, son tenidos en cuenta.
Se ve el pecado como Dios lo ve. Nuestros pensamientos no son
pensamientos de complacencia propia, sino de severa censura pro-