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El Deseado de Todas las Gentes
en la mano, listos para el viaje. La manera en que celebraban este
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rito armonizaba con su condición; porque estaban por ser arrojados
del país de Egipto, e iban a empezar un viaje penoso y difícil a través
del desierto. Pero en el tiempo de Cristo, las condiciones habían
cambiado. Ya no estaban por ser arrojados de un país extraño, sino
que moraban en su propia tierra. En armonía con el reposo que les
había sido dado, el pueblo tomaba entonces la cena pascual en posi-
ción recostada. Se colocaban canapés en derredor de la mesa, y los
huéspedes descansaban en ellos, apoyándose en el brazo izquierdo,
y teniendo la mano derecha libre para manejar la comida. En esta
posición, un huésped podía poner la cabeza sobre el pecho del que
seguía en orden hacia arriba. Y los pies, hallándose al extremo exte-
rior del canapé, podían ser lavados por uno que pasase en derredor
de la parte exterior del círculo.
Cristo estaba todavía a la mesa en la cual se había servido la
cena pascual. Delante de él estaban los panes sin levadura que se
usaban en ocasión de la Pascua. El vino de la Pascua, exento de
toda fermentación, estaba sobre la mesa. Estos emblemas empleó
Cristo para representar su propio sacrificio sin mácula. Nada que
fuese corrompido por la fermentación, símbolo de pecado y muerte,
podía representar al “Cordero sin mancha y sin contaminación.
“Y comiendo ellos, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y
dió a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Y
tomando el vaso, y hechas gracias, les dió, diciendo: Bebed de él
todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada
por muchos para remisión de los pecados. Y os digo, que desde ahora
no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo
tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”
El traidor Judas estaba presente en el servicio sacramental. Re-
cibió de Jesús los emblemas de su cuerpo quebrantado y su sangre
derramada. Oyó las palabras: “Haced esto en memoria de mí.” Y
sentado allí en la misma presencia del Cordero de Dios, el traidor
reflexionaba en sus sombríos propósitos y albergaba pensamientos
de resentimiento y venganza.
Mientras les lavaba los pies, Cristo había dado pruebas con-
vincentes de que conocía el carácter de Judas. “No estáis limpios
todos,
había dicho. Estas palabras convencieron al falso discípulo
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de que Cristo leía su propósito secreto. Pero ahora Jesús habló más