Página 607 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Haced esto en memoria de mí”
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claramente. Sentado a la mesa con los discípulos, dijo, mirándolos:
“No hablo de todos vosotros: y sé los que he elegido: mas para que
se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí
su calcañar.”
Aun entonces los discípulos no sospecharon de Judas. Pero
vieron que Cristo parecía muy afligido. Una nube se posó sobre todos
ellos, un presentimiento de alguna terrible calamidad cuya naturaleza
no comprendían. Mientras comían en silencio, Jesús dijo: “De cierto
os digo, que uno de vosotros me ha de entregar.” Al oír estas palabras,
el asombro y la consternación se apoderaron de ellos. No podían
comprender cómo cualquiera de ellos pudiese traicionar a su divino
Maestro. ¿Por qué causa podría traicionarle? ¿Y ante quién? ¿En
el corazón de quién podría nacer tal designio? ¡Por cierto que no
sería en el de ninguno de los doce favorecidos, que, sobre todos los
demás, habían tenido el privilegio de oír sus enseñanzas, que habían
compartido su admirable amor, y hacia quienes había manifestado
tan grande consideración al ponerlos en íntima comunión con él!
Al darse cuenta del significado de sus palabras y recordar cuán
ciertos eran sus dichos, el temor y la desconfianza propia se apo-
deraron de ellos. Comenzaron a escudriñar su propio corazón para
ver si albergaba algún pensamiento contra su Maestro. Con la más
dolorosa emoción, uno tras otro preguntó: “¿Soy yo, Señor?” Pero
Judas guardaba silencio. Al fin, Juan, con profunda angustia, pre-
guntó: “Señor, ¿quién es?” Y Jesús contestó: “El que mete la mano
conmigo en el plato, ése me ha de entregar. A la verdad el Hijo del
hombre va, como está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por
quien el Hijo del hombre es entregado! bueno le fuera al tal hombre
no haber nacido.” Los discípulos se habían escrutado mutuamente
los rostros al preguntar: “¿Soy yo, Señor?” Y ahora el silencio de
Judas atraía todos los ojos hacia él. En medio de la confusión de
preguntas y expresiones de asombro, Judas no había oído las pala-
bras de Jesús en respuesta a la pregunta de Juan. Pero ahora, para
escapar al escrutinio de los discípulos, preguntó como ellos: “¿Soy
yo, Maestro?” Jesús replicó solemnemente: “Tú lo has dicho.”
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Sorprendido y confundido al ver expuesto su propósito, Judas se
levantó apresuradamente para salir del aposento. “Entonces Jesús le
dice: Lo que haces, hazlo más presto.... Como él pues hubo tomado
el bocado, luego salió: y era ya noche.” Era verdaderamente noche