Página 608 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
para el traidor cuando, apartándose de Cristo, penetró en las tinieblas
de afuera.
Hasta que hubo dado este paso, Judas no había traspasado la
posibilidad de arrepentirse. Pero cuando abandonó la presencia de
su Señor y de sus condiscípulos, había hecho la decisión final. Había
cruzado el límite.
Admirable había sido la longanimidad de Jesús en su trato con
esta alma tentada. Nada que pudiera hacerse para salvar a Judas se
había dejado de lado. Después que se hubo comprometido dos veces
a entregar a su Señor, Jesús le dió todavía oportunidad de arrepen-
tirse. Leyendo el propósito secreto del corazón del traidor, Cristo
dió a Judas la evidencia final y convincente de su divinidad. Esto
fué para el falso discípulo el último llamamiento al arrepentimiento.
El corazón divinohumano de Cristo no escatimó súplica alguna que
pudiera hacer. Las olas de la misericordia, rechazadas por el orgullo
obstinado, volvían en mayor reflujo de amor subyugador. Pero aun-
que sorprendido y alarmado al ver descubierta su culpabilidad, Judas
se hizo tan sólo más resuelto en ella. Desde la cena sacramental,
salió para completar la traición.
Al pronunciar el ay sobre Judas, Cristo tenía también un propó-
sito de misericordia para con sus discípulos. Les dió así la evidencia
culminante de su carácter de Mesías. “Os lo digo antes que se
haga—dijo,—para que cuando se hiciere, creáis que yo soy.” Si Je-
sús hubiese guardado silencio, en aparente ignorancia de lo que iba
a sobrevenirle, los discípulos podrían haber pensado que su Maestro
no tenía previsión divina, y que había sido sorprendido y entregado
en las manos de la turba homicida. Un año antes, Jesús había dicho
a los discípulos que había escogido a doce, y que uno de ellos era
diablo. Ahora las palabras que había dirigido a Judas demostraban
que su Maestro conocía plenamente su traición e iban a fortalecer la
fe de los discípulos fieles durante su humillación. Y cuando Judas
hubiese llegado a su horrendo fin, recordarían el ay pronunciado por
Jesús sobre el traidor.
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El Salvador tenía otro propósito aún. No había privado de su
ministerio a aquel que sabía era el traidor. Los discípulos no com-
prendieron sus palabras cuando dijo, mientras les lavaba los pies:
“No estáis limpios todos,” ni tampoco cuando declaró en la mesa:
“El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar.
Pero